El libro Uno de los signos de nuestro tiempo es sin duda la falta de humildad, algo que se percibe en todos los órdenes de la existencia sin importar origen, condición o edad. En Francisco. Canto de una criatura Alda Merini se apropia de la vida del santo para mostrarnos, en palabras de Eliot, que «la humildad es infinita», como si ella hubiese sabido desde siempre que solo esa humildad abre espacio al otro, al sentir y saber del otro; un otro que está ahí, pidiendo ser oído, mirado y atendido del mismo modo que el santo de Asís supo oír, mirar y atender. Después de Cuerpo de amorLa carne de los ángeles y Magnificat, Alda Merini vuelve a deslumbrarnos con su voz siempre actual, con esa palabra suya que se hunde con obstinación en lo real para extraer de ahí una claridad que nos deslumbra y a la vez, paradójicamente, nos hace ver.


La autora 
Nacida en Milán en 1931 comienza a escribir muy pronto. Gracias al aprecio de amigos y escritores –como Giorgio Manganelli, David Maria Turoldo, Maria Corti, Luciano Erba–, algunos de sus poemas aparecen en Antología de la poesía italiana 1909-1949, publicada en 1950 al cuidado de Giacinto Spagnoletti. Cuando publicó su primer libro, La presenza di Orfeo (1953), la respuesta de la crítica y de los poetas más importantes del momento fue unánime: Oreste Macrí, Salvatore Quasimodo, Giovanni Raboni o Pier Paolo Pasolini, entre otros, la saludaron con entusiasmo. 
Libros como La tierra santa (1984), por el que recibió el premio Libex Montale en 1993, Baladas no pagadas (1995) o los tres volúmenes editados ya por Vaso Roto Ediciones dan buena muestra de la importancia de Alda Merini, que fue candidata habitual al premio Nobel de Literatura.