Albertine en el blog de Carlos Alcorta
Alguien que, poseyendo una trayectoria tan extensa y reconocida, sólo destaca de sí misma su lugar de nacimiento —Canadá—, y su oficio —se gana la vida enseñando griego antiguo— es, cuando menos, un personaje singular que no sólo merece nuestra admiración por ese inusual ejercicio de humildad, sino por la sabiduría que demuestra al huir de la autopromoción, como si quisiera presentar ante el lector el texto desnudo, sin referencias previas que condicionen el significado (el pasado año, por ejemplo, hemos podido disfrutar de dos de sus libro traducidos al español: Eros: poética del deseo, editado por Dioptrías y Decreación, a cargo, como Albertine, de la imparable Vaso Roto, algo que no podemos obviar), como si el autor no existiera, siguiendo las teorías, ciertamente superadas, defendidas por «ese filósofo presocrático tardío» —así lo denomina Carson— llamado Roland Barthes, algo que, por otra parte, entra en evidente contradicción con lo que se expone en el texto, pues ella misma no duda en «Comparar y contrastar la ficticia y repentina muerte de Albertine [suceso sobre el que Proust reflexiona en su novela] a causa de un caballo desbocado, con la repentina muerte en la vida real de Alfred Agostinelli [su chófer] a bordo de un avión sin control». Teoría de la transposición, lo denomina la autora, que no deja de reconocer, sin embargo, que «Leer o no leer la obra de un escritor a la luz de su vida es siempre un asunto espinoso», algo con lo que no puedo estar más que de acuerdo, pero, desde mi punto de vista, es preferible correr ese riesgo, que caer en la puerilidad de pensar en un texto sin autoría.
Albertine, el personaje novelesco, sirve a Anne Carson para indagar sobre la propia esencia del personaje, pero también, y quizá sea este aspecto el que confiere mayor interés a este brevísimo ensayo, para investigar desde el punto de vista sociológico la época y la controvertida personalidad de Marcel Proust. «Los problemas de Albertine son (desde el punto de vista del narrador)// a) mentir/ b) lesbianismo// Y (desde el punto de vista de Albertine)// a) estar prisionera en la casa del narrador», escribe Carson, estableciendo un mismo rasero para el personaje real y el personaje de ficción, o dejando caer que ambos poseen un grado similar de presencia e irrealidad, lo cual no evita que aparezcan, por ejemplo, los engaños y los celos: «Los celos de Marcel, su impotencia y su deseo se exacerban hasta el punto más álgido en el juego», escribe el párrafo núm. 43.
El volumen se completa con algo más de una decena de apéndices que abordan desde la obra de Proust de un modo más general, relacionándola con otros autores, como es el caso de Samuel Beckett: «Los hábitos, el sufrimiento, el tedio, la memoria, tomar té, galletas y la inescrutable banalidad de la existencia son tópicos que Beckett y Proust tienen en común». Reivindica la figura del adjetivo, tan frecuente en Proust: «Los adjetivos son las asas del Ser. Lo sustantivos nombran el mundo, los adjetivos te permiten asir el nombre e impedirle que vuele por tu mente como una explicación presocrática del cosmos» o se empeña en descifrar la segunda paradoja de Zenón, que le sirve como asidero conceptual para definir En busca del tiempo perdido, porque —escribe Anne Carson— «también se puede concebir la novela entera como un enorme instante congelado, pues a Marcel le toman las tres mil páginas de la historia para regresar al punto de partida y comenzar a escribirla». En resumen, Albertine. Rutina de ejercicios es el producto de una detallada lectura de la obra de Proust y un modo de aproximación a la maquinaria que la ha hecho posible más interesante y perspicaz, a pesar de la aparente ligereza de algunos pasajes, en muchos casos que esos ensayos sustentados en enjundiosas teorías literarias y filosóficas. Una pequeña joya que tiene más que ver con la forma de entender la lectura del propio Proust explicitada en el ensayo titulado Sobre la lectura («Tal es el valor de la lectura y esta también su insuficiencia. Es conceder un papel demasiado grande a lo que no es más que una iniciación, erigirla en disciplina») que con pretensiones hermenéuticas.
CARLOS ALCORTA