Carcaj en el blog La estantería de Manuel Rico
“El lenguaje nombra, significa, pero algo de él y en el mismo lenguaje excede de todo significar: una reserva de sentido se sustrae a todo nombrar”, escribió Hugo Mujica en su libro Flecha en la niebla (Trotta, 1997), un libro misceláneo en el que la poesía, la reflexión en prosa y cierta pulsión narrativa se mezclaban para dar sentido a un ejercicio de pensamiento sobre la identidad y sobre el papel del lenguaje en su construcción (el libro acaba de reeditarse por Vaso Roto en el volumen primero de su Prosa Selecta).
Ahora, Mercedes Roffe, poeta argentina residente en Nueva York, nos ofrece una colección de flechas en la niebla metidas en un carcaj y listas para ser lanzadas. Para quien desconozca el significado del término, diré que el diccionario de la lengua de la Real Academia recoge como primera acepción de la palabra carcaj el vocablo “aljaba”. Si uno busca aljaba se encuentra con una definición que nos ayuda a entender el sentido último del libro que nos ocupa: “Caja portátil para flechas, ancha y abierta por arriba, estrecha por abajo y pendiente de una cuerda o correa con que se colgaba del hombro izquierdo a la cadera derecha”. El libro de Mercedes Roffé podría ser concebido como una “Caja portátil para flechas de niebla” (hago mío el concepto de Mujica) aunque su autora haya preferido denominar a esas flechas “vislumbres”. En lo esencial, en la poesía contemporánea en castellano hay dos líneas básicas (aunque de cada una de ellas surjan variables de diversa índole). La primera es aquélla que, aunque parta de la realidad, enfatiza en las potencialidades semánticas del idioma y su objetivo último ha de buscarse en el poema y sólo en el poema referenciado a sí mismo y al sentido de cada una de las palabras (y de los silencios) que lo contienen. El poema como realidad otra. La segunda tiene a la realidad como principio y fin. Aunque, como parece obvio, construye el poema con palabras, su objetivo último se encuentra en el poema pero de forma inacabada, puesto que éste remite a la realidad de la que ha surgido: la modifica dentro del poema, la reforma, pero el poema no es una realidad otra e independiente, sino que intenta dar una dimensión distinta a la realidad de la que procede. La primera se construye a base de destellos, de fragmentarias percepciones de lo real, de dudas, de descubrimientos y sorpresas, lejos de la lógica convencional. La segunda, sigue los senderos de lo racional, es “comprensible” en primera instancia, es directa.
La poesía de Mercedes Roffé pertenece a la estirpe de la primera línea. Lo afirmé hace algún tiempo, a principios de 2013, en mi crítica a su poemario La ópera fantasma: subrayaba entonces que su poesía “se adentra, ante todo, en el sentido del lenguaje: da vida a los espacios en blanco, juega con las palabras, apunta destellos creacionistas, ensaya definiciones-poema” y destacaba en otro momento de la reseña su empeño por encontrar en el poema “la propia respiración existencial y el sentido más inquietante” (y misterioso, añado ahora) “del lenguaje poético”. El último Valente, Gamoneda, Olvido García Valdés, Chantal Maillard, para entendernos, podrían ser nombres entresacados de la poesía de nuestro país asociables a la estética de Roffé.
Confieso que la poética que siento más cercana se mueve en un registro diferente a su poética. Sin embargo, la lectura de sus versos me despierta una rara emoción: no es la emoción sustentada en una narratividad con origen en una realidad sentimental reconocible. No es la emoción ante el reconocimiento de experiencias de le vida cotidiana con las que identificarme. No: es la emoción del idioma en estado puro, en un proceso de búsqueda de la matriz originaria: flechas de luz o flechas de niebla. Igual da: vislumbres o azogues de sombra, certezas o incertidumbres. Es el lenguaje en gestación, es el poema convertido en realidad otra, en un artefacto no explicable racionalmente pero sí cargado de sentido y de emoción estética. Son vislumbres que tantean en la memoria, indagan en el origen, alumbran fragmentos del mundo en que vivimos, van desplegando pistas sobre la propia identidad y nos alejan del territorio de la razón: “no preguntes / por aquello que se halla / más allá de la razón”.
Por otra parte, probablemente de modo no premeditado, Mercedes Roffé ha construido un libro poema. Carcaj no es una agregación de poemas más o menos dispares. Ni siquiera de poemas temáticamente relacionados. Estructuralmente es un largo poema dividido en dos capítulos o partes, escrito en un verso corto, a veces sincopado, de una musicalidad contagiosa y eficaz que refuerza el sentido de las palabras. En cierto modo recuerda a los largos poemas de cierta lírica norteamericana (pienso en Ashbery,en Jorie Graham) que descansa, ante todo, en la búsqueda de capacidades inéditas en el lenguaje, poesía no realista en todo caso.
Imágenes, reflexiones de paso, destellos de olvidadas palabras, sombras y luces, “siluetas espectrales / en las que danza la vida / o quizás una vida / no de aquí”, sucesiones de objetos que adquieren un brillo especial, diferente, al ser nombrados (“un ancla, / un compás, / una armadura, / un laurel, / un cuaderno, / una antorcha…”), reflejos de la naturaleza vinculados a distintas etapas existenciales del sujeto poético. La silueta de un gato, el roce de un pie infantil en la hora de la siesta, la nieve, el árbol, un sueño de góndolas “deslizándose / bajo antorchas de laurel y saúco…”, cigarras, un rosal que crece solo y puro en medio de una marisma, catedrales como cumbres imprecisas de una devoción laica (con un alguien en cursiva como dios extraño del sujeto poético), la nada o el vacío que se llenan de sentido (“espuma, túnel, viento, ley de los llanos”) noticias, difusas a veces, precisas en otras ocasiones, de la muerte y del sinsentido de una vida sin trascendencia. Afán de trascendencia a través del poema como vía hacia una peculiar inmortalidad. “Hambre y / sed de ser”.
De algún modo, el poema que sorprendemos en Carcaj entendido en su conjunto (y sintetizado en esa “sed de ser” que he robado al poema que cierra el libro) nos recuerda al “anhelo” al que María Zambrano se refiriera en “El camino recibido”, un texto recogido en una antología que se publicó en España al comienzo de la transición política: ese camino, afirma la Zambrano, “se tiende y abre y colma una demanda de anhelo, secreto casi siempre o conocido a medias tan sólo. Un anhelo que aunque lleve envuelto, si se trata de un simple camino de tierra, una finalidad utilitaria, va más allá de lo inmediato… y es a modo de una aventura en otro reino” […] “El anhelo no de llegar a tal o cual lugar, sino de encontrar lo que le falta para ser, para que el ser nacido a medias se cumpla”.
Sé que hablo de un misterio. La poesía de Mercedes Roffé es ese misterio. Quizá cabría preguntarse si Carcaj: Vislumbres no es un largo poema marcado por la pasión de desentrañar un enigma que la propia poeta sabe no desentrañable. Seguramente porque la clave del enigma es el propio proceso, o el fruto de ese proceso: el libro, bellamente editado con una cubierta blanca que parece aludir a los espacios en blanco que la poeta argentina convierte en espacios de sentido en cada página. Un libro, creo, de lectura inagotable. De inagotables lecturas.
MANUEL RICO