Desde el balcón del cuerpo en Koult

 


Desde el balcón del cuerpo es una edición bilingüe que acaba de publicar la editorial Vaso Roto de la poeta, docente, ensayista y traductora Antonella Anedda (Roma, 1955) traducida por Juan Pablo Roa y que obtuvo el Premio Napoli al libro del año, el Stephen Dedalus y el Premio Dessi. No cabe la menor duda de que este libro es una de las mejores muestras actuales de la poesía italiana contemporánea. La madurez de su voz poética es una ráfaga de viento sosegado en el que los recuerdos y el poder de las imágenes conforman un fondo desde donde escribe la voz quebrada que busca su lugar en el mundo. Suya es una esencia cristalina, la verdad confrontada a la apariencia, que recoge desde diferentes postulados visiones diversas que van encontrándose en este libro de carácter coral.
 
 
Con la cita “Sólo en el coro puede haber verdad” de Franz Kafka abre Coros, la primera parte del libro donde el desconocimiento hacia el tacto es línea poética desde donde imagina otras vidas posibles. En la que la búsqueda del otro, los rastros íntimos y la confusión de los significados abrigan la soledad fría de los símbolos, que no dejan de comunicarse constántemente a través del poder de las imágenes evocadoras su propia indecisión. “El silencio es una cuna”. El lastre de la complejidad del amor entre iguales. El amor entre fisuras y el tiempo transcurrido. La ficción de máscaras de la vida. “No somos lo que nos gusta creer”. El cuerpo en movimiento y transformación, mientras el paisaje se mantiene intacto. La fractura en el desplazamiento del sentir individual que se resguarda en la pertenencia al otro. La mirada del niño, el arresto y la muerte. Los elementos se entrelazan en la construcción del poema. Forman una constelación, el magnetismo natu­ra­lista donde se sujeta cierto misticismo. Convertirse en olvido después de dejar de sentir la piel. “Las luces aún encendidas son tapas sobre nuestras desolaciones”. El sueño que se resguarda del mundo. El desvanecimiento de los rastros y su belleza intermitente. El relato de cada historia que es diferente.
 
A la estela de Franz Kafka se abre también la segunda parte del libro, Mundo: “Entre tú y el mundo, escoge el mundo”. El castigo y su culpa. El desvanecimiento del mundo suspendido en los gritos que flotan en el aire. La poeta se pregunta acerca de la crueldad del ser humano, sobre el mal que genera. “Somos el alfabeto que destiñe”. Su poesía es coordenada de un discurso humanista, el punto de vista el ojo ético que no deja de expulsar la superficialidad que corrompe los idiomas y los sentidos. El mundo está herido, el terror atemoriza a los niños y no hay palabras que pueda consolarlos. “El cuerpo es solo un techo”. La poeta reclama justicia y verdad, anteponernos a cualquier masacre. El tormento del horror, el viento que sopla malos augurios. El dolor que libera a la libertad, la muerte y el mal. La fortaleza que ansía arañar la oscuridad. “Cuenta los abetos/cuántas franjas de verde tienen/para ahuyentar el dolor, cuántas ramas/cuando sacuden el cielo en busca del azul”. Lenguas que dejaron hablar sucumbidas por el idioma de las tinieblas. La vida que deja de ser una obligación. Palabras desprovistas de su materia claman el perdón. Dolor que se tiende y se desdobla al ser escuchado. La piel, la tierra. “Voces pisoteadas que nos ensordecen”. Su poesía convierte a rostros en lugares, en horizontes y muros de fisuras varias, en frases que vuelven a aferrarse gracias al olvido, a la vida.
 
El balcón donde se apoya la poeta para declamarle al mundo se cierra con Lengua y Paisaje, dos partes breves. En la primera declama a la ruina de las cosas que no ha tocado, a quien vuelve dentro del ataúd en uno de los poemas más desgarradores y bellos del libro: “Llegas tarde ya viento/su semblante de muerto/es una hoja fría e inmóvil./Quiero permanecer con él a solas/y sorberle el veneno/que me ha quedado dentro”. El despilfarro del dolor entre quienes no tienen cura. La lengua es la muerte que cruje y arrastra, y de nuevo nos encontramos ante versos conmocionados por la pérdida: “Tu escalofrío en el momento de nacer/es un fragmento de tempestad entre los planetas//y las nubes, las nubes ciegamente corren/borrando de los cielos toda estirpe”. Su último Paisaje es la composición del dolor en la visión del entorno. El luto del aliento que no reconocen los muertos. La antesala del final, de los adioses, de la protección de los símbolos.
 
 
El libro de poemas de Antonella es cuando la literatura es reacción. Es denuncia y clamor. Es la voz que se alza y cuestiona sobre la tolerancia hacia el dolor propio y ajeno. Suya es una poesía firme y dialogante, ética y estética, equilibrada entre lirismo y discurso. Su poesía es humana y sanadora. Es la calma interior que surge a partir de la fragmentación y el dolor. La esperanza y la ilusión del refugio cálido construido con palabras que nos resguardan de la crueldad humana. Sueños soltados en cadena.
 


HASIER LARRETXEA