El arte del error en Revista de Letras
Política y necesaria
Su ferocidad intelectual es evidente desde el principio: la agudeza inmisericorde (“La visión [de Julia Margaret Cameron] consiste en no ver”), la ambición formidable (“el coleccionista [Walter Benjamin] entiende pronto que eso que le falta (…) relanza el deseo”), el rechazo de la pretensión (“Xul [Solar] avanza por el camino único e infinitamente bifurcado de la creación y encuentra un tembladeral de luz”). La ausencia de solipsismo lleva a la autora a rastrear y e interrogar a otros, en favor de una autoconciencia basada en la fuerza de su originalidad.
La selección de ensayos de la escritora, poeta, ensayista, novelista y traductora María Negroni (Rosario, Argentina, 1951), El arte del error (Vaso Roto, Cardinales, 2016) supone un lúcido ejercicio de discriminación y evaluación, una respuesta contundente a aquellos que se muestran escépticos sobre el valor de la inteligencia en tiempos difíciles. La rigurosidad permea estás páginas, en su avance hacia la auto-mejora: se evita la paráfrasis en favor de la evaluación, se privilegia el impulso en lugar de la moralina, porque:
“A esta disposición, a esta aventura sigilosa de pensar más allá de la costra del uso –que es otro nombre de lo intrascendente– le debe la literatura su felicidad”.
En el ensayo Los sepulcros animados de Étienne-Gaspard Robert, se desdeña la teoría mimética del arte y el culto a la interpretación del “espacio en blanco de la página, abierto al reino de los muertos”. La miniatura incandescente, por el contrario, defiende los cuartetos de Emily Dickinson, “como si en esa ecuación (…) las palabras, frotadas como sílex, pudieran ir más rápido a lo indecible”. La literatura consiste no en preguntar qué significa, sino en saber apreciarla. Por eso:
“La escritura de Walser se parece a una danza, bella y horrenda a la vez, que se balancea entre el mysterium y el delicado arte de la ineptitud”.
En definitiva, los opúsculos de El arte del error denuncian la división entre la forma y el contenido. Son indefectiblemente estimulantes y notablemente contemporáneos, en su maridaje de cultura popular y alta cultura. No en vano, y como afirma la autora:
“La palabra poética es transversal, anónima y desorientada. Por eso es también, inesperadamente, política y necesaria”.
Sus apreciaciones incluyen no sólo escritores individuales (además de los citados, Yves Bonnefoy, Steven Millhauser, Juan Carlos Bustriazo Ortiz o Edward Gorey) sino el propio acto de creación, que abarca la traducción (en el ensayo Música nómade), entendida como la práctica de ocuparse de otros para expandir los horizontes de lo conocido. Suscribe así las palabras de su admirada Susan Sontag, que escribió en el ensayo La literatura es libertad:
“Para acceder a la literatura mundial es necesario escapar de la prisión de la vanidad nacional, del filisteísmo, del provincialismo obligatorio, de la escolarización inane, de los destinos imperfectos y la mala suerte. La literatura es el pasaporte para entrar en una vida más amplia, es decir, una zona de libertad” (la traducción es mía).
Una buena crítica nos habla de un escritor que nunca hemos leído y nos da ganas de leerlo. La Premio Internacional de Ensayos de la escritura siglo XXI, autora de, entre otros, La ineptitud (Alción Editora, 2002) o La Anunciación (Seix Barral, 2007), lo consigue con El arte del error. Negroni se crece bajo la cruda luz de la interrogación moral. Si el único compromiso del escritor es con la exégesis, la idea de la literatura como protesta supone un último intento de auto-justificación. Sus recomendaciones son rebeliones contra la abnegación de un mundo estúpido, codicioso y violento; para ella, cuestionarse es sinónimo de existir; sus declaraciones son el reconocimiento de un genio que prevalece.