El lunático en Encuentros de Lecturas

Simic. El lunático

 
 
Charles Simic.
El lunático.
Traducción de Jordi Doce.
Vaso Roto. Madrid, 2017. 

Se acabó el largo día en el que tanto 
y tan poco ha ocurrido. 
Grandes expectativas se frustraron 
para resucitar sin entusiasmo. 

Los espejos cobraron vida y luego se vaciaron, 
obedeciendo los caprichos del azar. 
Las manecillas del reloj de la iglesia se movieron, 
a veces suavemente, otras con brusquedad.

Cayó la noche. El cerebro y sus misterios 
se adensaron. Un letrero de neón rojo 
VENTA DE FUEGOS ARTIFICIALES se encendió en el tejado 
de un viejo y tétrico edificio al otro lado de la calle. 

Una planta de tiesto ya muy marchita 
a la que nadie riega o presta atención 
proyectaba su sombra en la pared del cuarto 
con lo que a mí me pareció alegría salvaje.
 
Con ese poema, titulado Así pues, se cierra El lunático, un conjunto de setenta poemas de Charles Simic que publica en edición bilingüe Vaso Roto con traducción de Jordi Doce.
 
Breves y directos como ese texto, por debajo de su aparente sencillez hay una profunda carga meditativa, una desolación ante el tiempo y el mundo que a menudo se oculta bajo una distancia irónica o humorística, pero que no disimula su hondo carácter elegíaco.
 
Esos poemas, conmovedores más allá de su superficie trivial, nacen de un difícil equilibrio entre la celebración y la tristeza, entre la mirada meditativa y la iluminación simbólica sobre una realidad en la que se cruzan lo trágico y lo cómico. Conviven en ellos en distintas proporciones la imaginación y la descripción, entre lo figurativo y lo visionario, entre la melancolía y el ingenio.
 
Una imaginación más ligada a la construcción alegórica que surge de lo cotidiano que al relámpago de la metáfora para expresar la profundidad emocional con la que Simic mira el paisaje y evoca la infancia. 
 
O proyecta su mirada hacia fuera y hacia dentro para hablar de la fugacidad y la muerte, como en La luz:

A nuestros pensamientos les gusta el silencio 
en este amanecer sin pájaros, 
el modo en que la luz temprana 
toma el mundo tal cual 
y no hace comentarios 
sobre las manzanas que el viento 
hizo caer de un árbol, 
o el caballo que se ha escapado 
de su cerca y está pastando 
tranquilamente entre las tumbas 
de un camposanto familiar.

Porque, como en la aparente sencillez de este poema, en los que forman parte de El lunático, lo cotidiano y su carga simbólica concitan la mirada compasiva de Simic sobre el mundo.
 
Tras esa superficie descriptiva, en estos poemas una enorme y oscura carga de profundidad trasciende lo cotidiano y, pese a todo, levanta su esperanza frente al horror, como en Sobre mí mismo:

Soy el rey sin corona de los insomnes 
que sigue espantando a sus fantasmas con un sable, 
un estudiante de los techos y las puertas cerradas 
que apuesta a que dos más dos no son siempre cuatro. 

Una vieja alma jovial que toca el acordeón 
en el turno de noche de la morgue. 
Una mosca que huyó de la cabeza de un loco 
para darse un respiro en la pared vecina. 

Descendiente de herreros y curas de pueblo: 
un ayudante de escenario malhumorado 
de dos célebres e invisibles maestros ilusionistas, 
uno llamado Dios, el otro Diablo, asumiendo, claro está, 
que soy la persona que me figuro ser.
 
Santos Domínguez