El monstruo ama su laberinto en Frontera d
El poeta es como un charlatán compulsivo en un entierro. La gente le da codazos y le ordena callar, él se disculpa, reconoce que sí, que no es el sitio adecuado, etcétera, pero es incapaz de cerrar el pico.
Cioran escribe: “Dios tiene miedo del hombre... El hombre es un monstruo, y la historia lo ha demostrado”.
Mi ideal es La anatomía de la melancolía, de Robert Burton, catálogo de las muchas variedades de abatimiento que afligen a los seres humanos, desde la tristeza provocada por los males del mundo a la causada por las riñas de los amantes. Burton, que es uno de los grandes estilistas de la lengua, escribió el libro para mitigar su propio desánimo. El resultado es el libro más alegre del que disponemos sobre la infelicidad universal.
“Un libro a propósito para ser leído en una casa abandonada entre los yuyos, en una noche muda y después de haber comido y bebido en abundancia”, escribe Felisberto Hernández, quien dijo una vez de una muchacha a punto de recitar uno de sus poemas que tenía una actitud entre el infinito y el estornudo.
En ningún otro siglo, en ninguna otra literatura del pasado, ha tenido la imagen tanta importancia. En la edad de la ideología y la publicidad también el poeta confía más en los ojos que en el oído.
Ningún prejuicio estético puede guiar al poeta y al artista por las ciudades norteamericanas, donde gobierna el azar.
En poesía, por citar a un bluesman que se hace llamar Satán, uno debe “aprender a pecar con respeto”.
El alma graznándole al cuerpo que tiene los días contados. De eso tratan la mayoría de las canciones de blues y los poemas líricos.
El collage es el medio natural del místico.
Soy un presidiario de todos los jardines del edén, de todas las utopías concebibles.
“El futuro será postindividualista”, dice el crítico Fredric Jameson. Lo que no aclara es si conforme al modelo de Stalin, de Hitler o de Mao.
Cosas, ¿conocéis el sufrimiento? El misterio del objeto es el misterio de una puerta cerrada. El objeto es el lugar donde lo real y lo imaginario colisionan.
Ars poetica: me comí las gallinas blancas y dejé la carretilla roja bajo la lluvia.
En cuanto que poeta, el Señor del universo es irremediablemente oscuro.
La experiencia intensa elude el lenguaje. El lenguaje es la Caída de la conciencia y el temor reverente de ser.
Ser poeta es sentirse un poco como un monociclista en un desierto, un mago pornográfico actuando en un rincón de la iglesia durante la misa, una drag queen asistiendo a clases nocturnas y lanzando besitos al profesor.
El poema en prosa es una bestia mítica como la esfinge. Un monstruo hecho de prosa y poesía.
Película de horror para vegetarianos: del cielo no paran de llover salchichas grasientas que aterrizan en los platos de alubias de la gente.
“No te convienen”, me dicen los amigos. Como si todo lo que se interpusiera entre mi persona y la inmortalidad fuera un par de salchichas italianas.
Es una multiculturalista apasionada salvo en lo que respecta a la comida étnica. Hasta ahí podríamos llegar. Si esas minorías pudieran renunciar a la fritanga, ella les haría un sitio aún mayor en su corazón.
En la escuela de la virtud, sigo teniendo cinco años. Quiero sentarme en el regazo de una mujer y mamar de su pecho, pero no me dejan. ¡Al menos dadme mi pulgar para que pueda mordisquearlo!, me quejo. Pero me rocían los dedos con salsa de
chile picante y me mandan estar de pie contra la pared.
La infelicidad norteamericana carece de historia porque la historia se ocupa de hechos reales y no de un Sueño.
¿Cómo es que ciertas expresiones poéticas de nuestra subjetividad le parecen al lector meras muestras de autocomplacencia o de sensiblería, mientras que otras, igualmente personales, adquieren resonancia universal? Puede que la respuesta sea que hay dos clases de poetas: quienes le piden al lector que se regodee con ellos en un mar de autocompasión y los que simplemente le recuerdan que está metido en el mismo apuro en cuanto ser humano.
Rescatar lo banal es la ambición de todo poeta lírico.
Todas las vidas son extrañas, pero las vidas de los inmigrantes y los exiliados lo son más aún. Mis padres murieron muy lejos de donde nacieron. Sus vidas no fueron como las habían imaginado. Hasta cuando tenía ochenta y ocho años y se alojaba en una residencia de ancianos de Dover, New Hampshire, mi madre seguía perpleja. ¿Qué sentido tiene todo? Lo que la aterrorizaba era la probabilidad de que no tuviera ninguno.
Nuestros conservadores y nuestros liberales sueñan por igual con la censura. Su ideal, aunque no se den cuenta, es la China de Mao. Solo unos pocos libros en las librerías y las bibliotecas, y todos transmitiendo un mensaje honesto, saludable.
Los académicos norteamericanos sufren de inseguridad cultural. No saben realmente lo que son, pero los escritores sí lo saben, y he ahí el problema.
“Ella fingía un orgasmo cada vez que se masturbaba”, escribe un gracioso anónimo en un tabloide.
Lo que decía mi padre de un viejo camarero en nuestro restaurante griego favorito: “Su abuelo manejaba el proyector de sombras en la caverna de Platón”.
“¡Habría dado cualquier cosa por...!”, gritaba, y así toda la vida.
Algunos lectores creen que mis poemas son oscuros porque, digamos, no los resumo para ellos. En otras palabras, siento demasiado respeto por ellos para hacer de predicador, pero eso es justamente lo que esperan de los poetas.
Mi alumno Jeff McRae dice: “La vida en el mejor de los casos es una hermosa tristeza”.
Para mí la prueba del algodón de una teoría literaria es si tiene algo que decir sobre el poema lírico. Si evita el poema o tropieza con él, mi reacción es: olvídala; es un fraude.
He aquí la primera regla del insomnio: no hables con los héroes y los villanos de la pantalla.
Memoria: no la mía propia. ¿La de quién, entonces? A las cuatro de la madrugada, cuando el corazón se salta un latido o dos, me vi a mí mismo en el patíbulo, brazos en cruz, a punto de dirigirme a una multitud enorme y sin palabras que llevarme a la boca.
Años más tarde, cuando algunos de mis profesores de secundaria en Yugoslavia se enteraron de que había obtenido la licenciatura, su primera reacción fue reírse y no creer una palabra.
“¿Ese tarado? Imposible. Ni en sueños”.
Mi madre me veía con la misma desconfianza. “Un día acabará en la cárcel”, repetía a quien quisiera escucharla.
Creo que nunca se creyó de verdad que yo fuera un catedrático universitario. Me está mintiendo, pensaba, o ha encontrado la forma de timarles, y lo más probable es que acaben descubriendo su farol.
En el principio fueron Whitman y Dickinson y Poe. Whitman fue nuestro Homero y Dickinson nuestra Safo, pero ¿quién diablos era Poe?
El propósito de las ideologías étnicas, nacionalistas, religiosas o de género es extirpar la sensación de fracaso asociada a nuestras propias limitaciones individuales y reemplazar el “yo” por un “nosotros”.
La mejor recomendación que pueden tener el vino, el tabaco, el sexo y el lenguaje vulgar es que todas las presuntas mayorías morales están en contra de ellos.
La afirmación –tan frecuente por ahí– de que no hay verdad fuera del lenguaje es una estupidez.
Estos fragmentos corresponden al libro del mismo título, El monstruo ama su laberinto. Cuadernos, traducido por Jordi Doce y publicado por Vaso Roto Ediciones.