El monstruo ama su laberinto en Mercurio



Seamus Heaney firma el epílogo de El monstruo ama su laberinto y dice que Charles Simic (Belgrado, 1938), a lo largo del tiempo, desarrolló un método de escritura que conciliaba el mundo que habitaba con el mundo que le habitaba. La poesía y la vida. Sus caminos interiores hacia la conciencia y sus puentes hacia el exterior de uno mismo y su lenguaje es lo que descifran estos cuadernos de fogonazos, de materiales de la imaginación, de la búsqueda y la lucidez.

En ese arranque, recuerda los amargos días de bombardeos en Belgrado (“comíamos melón bajo un enjambre de aviones que volaban a gran altura”), la historia de un casco alemán lleno de piojos, la amistad de su abuelo con su paisano Savo, sus días de repartidor del Sun Times o algunos episodios de amor y su iniciación sexual, a los cinco o seis años, con una criada bajo la mesa o la fascinación que le producía ver cómo “las mujeres remendaban sus medias por la noche”.

A partir de ahí sus textos ofrecen una síntesis de sus obsesiones (“Mi vida está a merced de mi poesía”, dice a modo de poética general) mediante aforismos, imágenes, citas ajenas, homenajes y algunas paradojas. Su sentido desmitificador es único y a la vez es vitalista, irónico y sensual. Sostiene que “toda defensa de la poesía es una locura” y resulta más que elocuente en esta síntesis: “Un poema es como robar un banco: la idea es entrar, dar una voz, hacerse con el botín y salir”. Sabíamos que Simic era un espléndido poeta, pero también es un sabio con humor y este es un libro fascinante e infinito.


ANTÓN CASTRO