El vaso de tiempo en la Revista Criticismo

David Huerta, El vaso de tiempo, Vaso Roto, Madrid / San Pedro Garza García, 2017, 93 pp.


Rafael García González

El contexto actual de la creación poética está marcado, no por la ausencia de publicaciones, sino más bien por la falta de lectura, difusión y discusión de los poemas. En México se edita mucha y, de hecho, buena poesía, con una sana diversidad de poéticas que van desde enfoques espirituales como los de casos de Elsa Cross y Minerva Margarita Villarreal hasta la literatura digital en la que ha incursionado Karen Villeda. Por otro lado, existen también un buen número de trabajos de crítica sobre poesía. Muchos egresados de las carreras de las Letras somos literalmente profesionistas de la literatura. Sin embargo, los esfuerzos de todos quienes nos dedicamos a leer, analizar, reseñar y enseñar poesía, no han logrado hacer mella en la principalidad debilidad de la poesía en nuestro país: la ausencia de lectores. Sigue siendo una rareza toparse a alguien en la calle que cargue con un libro de poesía. Se publica mucho −basta simplemente ver el catálogo de Tierra Adentro y las secciones de poesía de las editoriales independientes− pero, de manera similar a lo que ocurre con la producción cinematográfica nacional, gran parte de esas publicaciones terminan almacenándose. Miles de libros publicados cada año se conservarán en un estado, casi virginal, por tiempo indefinido. Este fenómeno lo ha analizado bastante bien Alejandro Higashi en PM/XXI/360Ëš. En ese estudio se explica cómo uno de los principales obstáculos para los lectores es la falta de conocimiento, herramientas e incluso espacios para leer y discutir poesía con su debida contextualización. Personalmente, creo además que en la base de esta “atrofia lectora” con respecto a la poesía -como la ha llamado Higashi-, hay un fuerte desconocimiento de los poemas clásicos.

     La obra ensayística de David Huerta se enfoca precisamente en ese cimiento de la atrofia lectora. Con una lucidez sorprendente en su revisión de los clásicos, Huerta hace una lectura minuciosa, erudita, pero siempre lúdica. Para quien tenga un cierto conocimiento, aún escaso, de las obras clásicas de la lírica hispánica, estos ensayos permiten una lectura más contextualizada y analítica, pues abundan en referencias y abordan una visión más amplia de los fenómenos presentes en la lírica.

     Desde hace años, David Huerta mantiene la columna “Aguas aéreas” en la Revista de la Universidad de México −una de las mejores revistas culturales del país− en la cual con frecuencia aborda temas relacionados con la poesía. Una de las líneas directrices que destacan en dichos ensayos es la discusión sobre obras clásicas de la lengua castellana y el concepto de tradición en la literatura. En El vaso de tiempo se reúnen algunos de los textos publicados en esa revista, para conformar una invitación a leer o releer los clásicos de la poesía hispana.

     En El vaso de tiempo sobresale el hallazgo, la sorpresa, en una época en la que el asombro pareciera estar perdiendo cada vez más terreno frente a la demostración. Con prosa amable y a la vez didáctica, Huerta se aleja de cierto vicio académico que nos ha encaminado a muchos profesionistas de la literatura a pretender, sin éxito, sustituir la cultura literaria por la metodología (“Poesía, lectura y crítica en México. Entrevista con Alejandro Higashi”, http://rmargen.com/2016/09/30/higashi/). Esta colección de ensayos se erige como muestra de que no hay método más infalible que la lectura atenta e intensa, y que no mejor enfoque teórico más efectivo que el hallazgo. Pero un hallazgo, claro, que no es fortuito, sino que solo es posible a través de un compromiso con la lectura sostenido a lo largo de los años. Ese desapego a alguna metodología o enfoque teórico específico al que me refiero no constituye en absoluto una falta de solidez argumentativa. En estos ensayos se observa más bien una disciplinada obsesión por el detalle, que es precisamente la que permite preparar ese terreno donde se cultiva la sorpresa. Pienso en dos grandes casos de críticos de la poesía mexicana: Gabriel Zaid y Malva Flores, quienes han sabido reconfigurar sus lecturas en ensayos que verdaderamente se gozan al leer, ensayos que permiten entender la poesía no solo como una expresión literaria, sino como una comunión de inteligencias y de sensibilidades, una manifestación de la cultura del hombre donde se resume qué hemos pensado y cómo hemos sentido. Los grandes críticos literarios no solo ayudan a entender la importancia de las mentes geniales como productos de una época, sino también como configuradores de época, es decir creadores de obras, pero también de cultura.

      A lo largo de los ensayos se entretejen diversas situaciones anecdóticas y sobresale una fuerte valoración del concepto de tradición y de sus representantes. Frente a quienes al amparo de las teorías posmodernas cultivan el desconocimiento de la tradición (que por cierto, fue precisamente la que permitió generar el pensamiento moderno y posmoderno) Huerta describe aquí la tradición en el sentido poundiano, como “cosa bella que hay cuidar” y renovar.

       Aunque en conjunto los ensayos siguen una misma línea orientadora, en lo particular se detienen en temas variados. “El fuego de Cartago” trata sobre la aparición y desaparición de esa ciudad como motivo literario en diversas obras. En “Regresos y peregrinaciones” se aborda el concepto de verso como retorno, ejemplificándolo a través de algunos de los versos iniciales más citados de la poesía española (“Lleno de mí, sitiado en mi epidermis…”, “A mis soledades voy”). Para Huerta los grandes poemas son aquellos que conducen a participar y revivir de una experiencia original: “el mito de la poesía, el de la palingensia poética: la regeneración de mundo por medio de las palabras”. En “Sexteto” se destacan las coincidencias en episodios biográficos y bibliográficos de autores como Fray Luis de León y Edgar Allan Poe, entre otros. “La fuente fresca” es un ensayo dedicado al símbolo de la tórtola en el poema clásico “Fonte frida”. Por supuesto, como era de esperarse en una obra de este autor, Góngora y su poesía adquieren un papel central en estos ensayos. Huerta, gran conocedor de la obra del andaluz, hace una lectura en que expande nuestra concepción de este poeta mucho más allá de los adjetivos que típicamente han servido para clasificarlo sin leerlo a fondo: “barroco”, “cultista”, “complicado”. Huerta describe cómo la obra de Góngora ha sido renovada por otros grandes poetas, entre los cuales destaca nuestro Gorostiza. Finalmente, en “El vaso de tiempo”, título que retoma de un verso de Muerte sin fin, se describe al poema precisamente así, como un elemento capaz de contener las manifestaciones de la vida: “¿no es el poema un vaso de tiempo donde se entrecruzan todos esos ecos, resonancias, ideas, imágenes exploradas aquí en un puñado de textos? ”.

       En suma, El vaso de tiempo contribuye a una parte importante de la lectura de poesía, lo que realmente ha permitido que los poemas sigan circulando y volvamos a los poemas clásicos: la discusión. Los clásicos que releemos son los que nunca terminamos de comentar. El libro fomenta la relectura a la luz del contexto −y particularmente de otras obras−, la inmersión en las metáforas y los símbolos que viajan a través de los distintos poemas, el diálogo sobre la tradición y su reconstrucción perpetua. Cabe destacar también que, como ocurre con Leer poesía de Gabriel Zaid, esta colección de textos funge como testimonio de la importancia y la vigencia de la revista literaria, medio que en nuestra época pareciera ir manguando su influencia y encaminarse a la dispersión. Los textos, breves y amables con el lector, hacen asequibles y practicables los poemas que comentan, permiten cultivar una lectura pausada, atenta a los detalles, al ritmo más natural del verso y del retorno: orientan al hallazgo y la reconfiguración del mundo que nos aguardan en el poema. En fin, a través de los ensayos, en El vaso de tiempo se ilumina una de las principales capacidades de la poesía, la de reconfigurar el pensamiento a través del lenguaje, la de pensar el mundo de otra manera.