Hugo Mujica en El Cultural

                       


No deja de resultar curioso que a menudo el místico, el eremita, aparezcan asociados a una imagen de aislamiento del mundo cuando en realidad no construyen un muro entre ellos y el mundo, sino que lo evitan. Misticismo es apertura, y eremitismo no es soledad, sólo apartamiento de todas las cosas que imponen la soledad dolorosa. El eremita nunca está solo, el místico conoce la soledad desde otra perspectiva.

Viene esto al caso leyendo el último libro del poeta argentino Hugo Mujica, Cuando todo calla (Visor). El título, de resonancias bíblicas, es una mejor forma de decir lo que uno intentaba al principio. ¿Qué escuchamos cuando todo calla? La poesía de Hugo Mujica es una filosofía que nos enseña a escuchar los silencios que hay entre las capas del mundo, una música que sólo suena cuando no queremos oírnos, el retrato de un ausente que siempre falta en el lugar en el que nosotros estamos. “Todo se abre y el verlo / abre el alma, / el alma que es ese abrirse”, dicen unos versos de este libro. La poesía de Hugo Mujica nos dice que no somos más que en esa abertura. De hecho, somos esa abertura que casi nunca somos, pues “El paraíso no fue perdido / lo perdido es el asombro”. Una abertura infinita: “Hay una hendidura / en la palabra / hendidura”.

Hugo Mujica no le tiene miedo a la palabra alma, pero en su poesía no es algo opuesto al cuerpo: simplemente lo contiene. No es el alma la que está encerrada en el cuerpo; es el cuerpo el que es instrumento del alma, parte suya. El alma es “ese hueco de nadie / que en cada uno se abre todos”. Y sin embargo, hay que encontrarla, hay que encontrarse:
 
Hay un alma pero no está,
hay que cavarla,
desbrozar todo lo que ella no es,
hasta que esté:
hasta vaciarnos.
 
Casi a la vez que este nuevo ha aparecido su poesía reunida en dos tomos imprescindibles, publicada por Vaso Roto. Para mí, la poesía de Hugo Mujica es un libro de horas. Uno, tan poco beato, cree en unas pocas cosas: en la abertura que somos, en el silencio que nos habla, en la mirada que entiende sin oír ni hablar. En que no hay pensamiento sin los cinco sentidos contándonos al unísono que somos parte de todo, y que sólo estamos solos cuando lo olvidamos. Leer siempre a Hugo Mujica es recordar eso, es recordar cómo estar vivo desde dentro, porque todo es adentro, aunque nosotros, tan a menudo, nos empeñemos en ser afuera, sin saber de qué. 


MARTÍN LÓPEZ-VEGA