Jeannette L. Clariond. Entrevista en La Tempestad




Publicar buenos libros nunca enriqueció a nadie», señala Roberto Calasso, editor de Adelphi desde 1962, en La marca del editor (2013). Sin embargo, durante la última década hemos sido testigos del nacimiento de varias editoriales independientes en el país. Pese a la anunciada crisis de los impresos, varias son los sellos que se mantienen en activo. Pero, ¿a qué retos se enfrenta una editorial independiente en México?, ¿cómo sobrevive en un país con los más bajos índices de lectura?, ¿cuál es la razón para seguir publicando? Ante la duda, nos dimos a la tarea de entrevistar a varios editores para conocer cuáles son los problemas a los que se enfrentan y la razón que los lleva a seguir publicando, como parte del reportaje “Tribulaciones de la edición independiente” que aparecerá en la próxima edición de La Tempestad. Aquí la cuarta entrega: Jeannette L. Clariond, fundadora de Vaso Roto.
 
 
¿Qué significa ser una editorial independiente?
 
Es la forma más honesta de ser una editorial. Elegir tu propio fondo fuera de las leyes del mercado es darle al lector su propia independencia, acceder a su individualidad, que de eso trata, finalmente, la literatura. Al ser independiente se tiene un criterio propio de selección, se tiene la libertad de dejar fuera la obligación –forzosa y vergonzosa– de publicar por compromiso y, finalmente, porque, si la economía se globaliza, se tocan terrenos meramente (macro)económicos. En cambio, una editorial independiente tiene el privilegio de no globalizarse, pero sí el compromiso de universalizarse y seguir el dictado de Hölderlin: «Oír los unos de los otros».
 
 
¿Cómo se afrontan los gustos del mercado frente a lo que se quiere publicar?
 
Una editorial no produce bienes de consumo. Una editorial independiente aspira a formar buenos lectores, a dar a leer autores que nos ofrecen otras formas de entender lo real, aquello que se relaciona con la subjetividad.
 
 
¿Cuáles son los retos de echar a andar una editorial en un país sin lectores? ¿Realmente somos un país sin lectores?
 
México es un país lector desde la época Prehispánica. México y Perú tienen la prerrogativa de haber “mamado” poesía, y de haber seguido nutriéndose de ella durante la Colonia. A pesar de la quema de libros por Zumárraga en México y por Diego de Landa en Yucatán, ellos mismos re-escribieron otra historia, ellos “educaron” en los muros de las iglesias, tradujeron códices, re-inventaron la historia, entraron en el imaginario del indígena y se lo apropiaron. Se pintó en los muros de las iglesias para “evangelizar”. Tenemos un país lleno de pinturas que siguen vivas en los templos y centros ceremoniales de las zonas arqueológicas. México es un país de grandes lectores, lectores serios con imaginación creativa y con capacidad de reflexión. Nezahualcóyotl sentó las bases. Sor Juana inquirió sobre temas diversos; con ella se da continuidad al interés por la lectura de los clásicos.
 
Octavio Paz nos abrió la puerta a otros mundos. Él se interesó por la traducción, la forma más seria de lectura, la más profunda, corregiría yo.
 
 
¿Ser independiente es adoptar una postura radical frente al mercado?
 
Nada puede ser radical en la literatura. Se toma el camino del inicio y se sigue una misión, no es posible engancharse en modas o tendencias. Se perdería le misión para la cual dicha casa fue creada. Si se siguen las leyes del mercado o las tendencias, se traicionaría aquello para lo cual se crea un sello, un nombre: Vaso Roto. De hacerlo, la editorial perdería su rumbo.
 
 
¿Cuál es el lugar de la editorial independiente frente a los grandes grupos editoriales, frente a la digitalización del libro, frente a proyectos como Amazon?
 
Las pequeñas editoriales crecen en fortaleza con cada crisis. Y ser fuerte, no significa ser grande, ni ser poderosos. Ser fuerte es afincarte en una creencia, en una esperanza, cada libro que se publica es un acto de fe.
 
 
Me gustaría retomar una pregunta que Gilles Colleu plantea en su libro La edición independiente, ¿en qué medida la superproducción de libros representa una amenaza para la independencia de las ideas?
 
Es como la herramienta virtual: ¿cómo entender que se mida el valor de un acto por la cantidad de “likes”? La sobreproducción de cualquier artículo abarata un coste. ¿Abaratar la producción editorial? ¿Qué implicaría? Volver a los clásicos que no requieren derechos, no contar con traducciones nuevas, no descubrir nuevos autores, sería algo parecido a dejar al lector sin herramientas para hablar del presente.
 
 
¿Por qué hacer libros?
 
¿Por qué hacer cocinas? En un bello texto de Salman Rushdie que lleva por título: “¿Nada es sagrado?” narra cómo en su casa, cada vez que se caía un libro o una rebanada de pan, el objeto debía no sólo ser recogido sino también besado a guía de disculpa ante un acto de tan irrespetuosa torpeza: “Crecí besando los libros y el pan”, escribe, evocando –sin pretenderlo– a Lorca, Hölderlin, o Heart Crane. La torpeza aquí no es descuido sino un acto sagrado: propiciar la belleza por el sacrificio. Pienso también que el libro es una cosa sagrada en la medida en que alivia la herida más honda de toda sociedad.
 
 
¿Qué anima la idea de una colección?
 
Diferenciar la prosa de la poesía, de la novela y del arte. Todo libro es un objeto artístico que alivia distintos niveles del alma. Cada colección es una distinta actitud espiritual. Son modos distintos de mirar la luz.
 
 
¿La selección del catálogo y las colecciones es una declaración de principios?
 
Es una declaración erótica en el sentido antiguo del Eros: es un deseo. Somos movidos por el deseo de compartir un hallazgo, una palabra, un pensamiento o una tradición. Tradición, en sentido de dar.
 
 
Me gustaría concluir con dos preguntas que se hace Roberto Calasso en La marca del editor. La primera: ¿hasta qué extremo se puede llevar el arte de la edición?
 
Tratar de no rebasar los límites de lo humano. Trabajar con metas alcanzables, sin afectar al lector en lo económico, pero sí cuidando el papel, el diseño, la edición. La calidad de las traducciones y de los autores, tener un criterio sólido que distinga a los independientes de los libros hechos a destajo y sin revisiones.
 
 
Y la segunda: ¿cómo suscitar deseo por algo que es un objeto complejo, en buena medida desconocido y en otra gran medida, elusivo?
 
El deseo se propicia, es sagrado, se propicia la belleza por el sacrificio. En la edición, sacrificas algo, y suele ser la belleza que tiene un precio, si es física. El libro posee una belleza espiritual, te da alma, hace que florezca el espíritu del poema, sea en una traducción, en una coma bien puesta, en una cubierta, signo de los contenidos. 


ANA LEÓN