La prision transparente en Cadena Ser

"La poesía me permite comprender la vejez"

Antonio Gamoneda abre las puertas de su céntrica casa de León para hablar sobre la poesía, sus proyectos y su relación con un nuevo momento de su vida al que no termina de acostumbrarse

 

El patio es ordenado –la sombra de un edificio que se levanta húmedo y ocre, ventanas grandes– y tiene la quietud de una vigilia de años. A un lado, zarzas que trepan, salvajes, el muro de piedra; al otro, un busto de acero sin pupilas y con surcos en la cara, como un simulacro que da cuenta del paso furioso del tiempo. El hombre, apoyado en un alféizar, asegura que aquel busto con su rostro envejece al mismo ritmo que él.

La casa está en el centro de León, a metros de la catedral. Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) sube a su despacho, atraviesa un pasillo lleno de libros, y alcanza la sala donde escribe, trabaja y escucha flamenco. "Nunca he trabajado con música. Pero desde hace algunos años escucho algo de flamenco por una cosa espantosa que tengo, acúfenos", confiesa; y se lía un cigarrillo con una agilidad profesa y automática.

Antonio fuma un cigarrillo tras otro, escribe y duerme cuatro horas. Tiene ochenta y siete años y escribe. Ahora prepara el discurso con el que recibirá la distinción de Doctor Honoris Causa en Perú, a donde viajará dos dos días después. Porque Antonio tiene agenda de diplomático y serenidad de poeta; y es profundamente perfeccionista. "Llevo días con el discurso y no me termina de convencer".

Antonio Gamoneda es una de las voces más singulares y diferenciadas de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Y probablemente una de las poéticas más difícil de clasificar en un momento en el que el realismo, como él mismo explica, dominó el canon de la época. Su obra Descripción de la Mentira, publicada en 1977, tras años de silencio y algunos libros censurados, se convirtió en un texto fundamental y que muchos interpretaron como una crítica al silencio impuesto durante la dictadura.

Premio Cervantes y Reina Sofía de Poesía, Gamoneda siempre quiso distanciarse de la corte poética de Madrid, a pesar de que le propusieron  formar parte de la Real Academia de la Lengua. La respuesta de Gamoneda siempre fue la misma: "Lo que ocurre es que yo soy un provinciano vocacional. Este es mi mundo: los árboles, mis amigos, el vaso de vino... echar un vistazo al mundo desde aquí, desde este lugar al que he llegado y estoy en él sin saber muy bien cómo. Yo hace cuarenta años no estaba en el tejido mediático, yo estaba aquí". Y aquí es León, a donde llegó con tres años desde su Oviedo natal junto a su madre.

"Ahora mi poesía es más reflexiva, pero no más angustiosa"

Su último libro, La prisión transparente (Vaso Roto poesía, 2017) es una obra de despedida y sobre todo de interrogar a la vida y a la vejez, "ese estado existencial al que no termino de acostumbrarme y que la poesía me ayuda a comprender", explica. "La vejez me ha proporcionado no una indiferencia, pero sí una especie de ecuanimidad o de aceptación de que eso está ahí, va a suceder... Es más reflexiva, pero no más angustiosa". Dice que a sus ochenta y siete años ha alcanzado una tranquilidad que le permite "no preguntarme sobre la verdad o hacerme grandes preguntas sobre el sentido de muchas cosas". "Eso no me interesa. Le doy más importancia al hecho de que en ese tránsito que es la vida y que estaríamos igual si no se produjese (...) se dan placeres y sufrimientos, se da la amistad y el amor, y las grandes peripecias históricas... es lo que hay". Y su rostro -grietas en la cara, cejas anchas, un cabello estirado para atrás, blanco sulfúrico, rígido y apenas despeinado- adquiere aspecto de espera.

Antonio dice que tiene varios proyectos en la mesa. Que está preparando la segunda parte de sus memorias, que pasa el día escribiendo y reescribiendo alguno de sus poemas. En junio, participará en un festival de poesía en Madrid. Antes de despedirse, su mujer interrumpe en la sala y le ofrece un vaso de agua caliente con jengibre. Antonio lo coge sin resignación. Y cuando ella abandona el despacho, bebe, y sonríe: "Piensa que esto es un bálsamo que me curará de todo. Yo, mientras, seguiré bebiéndolo".