Melancolia por lo fugaz en Encuentros de lecturas




“¿Cómo imaginar la poesía rusa del siglo XX sin Ánnenski?”, escribe Natalia Litvinova en el prólogo de Melancolía por lo fugaz, la antología poética de Innokenti Ánnenski que publica
Vaso Roto.
 
Esporádicamente traducido al español en revistas y sitios de internet, esta antología es la primera edición en formato de libro de una significativa muestra de un autor que entendió la poesía como una indagación en lo misterioso, como búsqueda de las revelaciones y de la luz con las que las palabras iluminan la realidad.
 
Vivió entre 1855 y 1909, y a pesar de la brevedad de su obra y de que su reconocimiento fue póstumo, desempeña un papel crucial en la transición de la poesía rusa del XIX al XX y ejerce una amplia influencia en los poetas posteriores. Anna Ajmátova lo reconocía como su maestro y su poesía está presente entre las que marcaron más decisivamente a Pasternak.
 
"Su voz tiene la fuerza de un conjunto de rayos misteriosos arrojados que destacan como lo más alto de la poesía rusa contemporánea”, escribe la responsable de la traducción, la también poeta Natalia Litvinova en un prólogo en el que destaca la revelación y el misterio como señas de identidad de la poesía de Ánnenski, al que su formación de filólogo le proporciona un conocimiento sólido de la tradición cultural de la que forma parte.
 
Ese es uno de los cimientos sobre los que se sostiene su obra poética. El otro es la modernidad de la poesía simbolista francesa de Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé, con los que compartió el spleen característico del desorientado fin de siglo en todo Europa. Desde esa posición de eslabón entre el pasado y el futuro, Anna Ajmátova lo vio como el padre de la vanguardia poética rusa, prefigurada en su poesía.  
 
La fusión de pensamiento y sentimiento, el paso del tiempo, la noche y la tristeza, una melancolía blanda que se proyecta en el espejo de la naturaleza, el recuerdo y  el atardecer, la levedad y lo impreciso, el gusto por todo lo que en este mundo / no tiene sonido ni eco, la identificación con la naturaleza -la nieve, la bruma o el mar- o con un jardín vacío atraviesan estos poemas marcados por la angustia y la desazón existencial, por una conciencia trágica del mundo que lo emparenta con Dostoievski, al que dedica uno de los poemas del libro , que termina así: 
  
lo que para nosotros hoy brilla como una suave luz 
 
para él fue un fuego doloroso.
 
¿Dónde ocultarme de las noches?, escribió en uno de sus poemas quien se veía como el hijo débil de una generación enferma, como un hombre desolado por el presagio de la muerte. 
 
Nada raro en alguien cuya vida quedó marcada por una dolencia cardíaca desde los cinco años. Cuando subía las escaleras de la estación de trenes de San Petersburgo murió de un ataque al corazón.
 
 
SANTOS DOMÍNGUEZ