Melancolia por lo fugaz en revista Levadura
Siento pena por el último instante de la tarde: allá está el pasado, el deseo y la melancolía, lo que viene, la tristeza y el olvido.
Innokenti Ánnenski
A veces parece que hay libros que nos andan buscando. Este es uno de ellos, por muchas razones que ahora serían difíciles de explicar, pero este poeta ruso finalmente dio conmigo.
Jorge Luis Borges lo diría a su manera: “Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”.
El sentido común diría lo contrario: el lector busca un libro; pero ya se sabe que cuando uno entra en una librería muchas veces esa lógica se trastoca. Los escépticos le llaman casualidad y no voy a discutirlo. Además no se trata de conectar la vida del poeta de entonces y su actual lector. En este caso, como en muchos otros, son particularidades distintas, muy distintas incluso las circunstancias; sin embargo el verso que lees, es precisamente ese verso que te dice, tan así que nos llama por nuestro nombre y apellido.
Innokenti Ánnenski nace en 1855 en Rusia. Publica un solo libro de poesía en vida: Canciones apacibles (ya a los cuarenta años). Pocos meses después de su muerte, en 1909, se publica un segundo título: El estuche de ciprés. Cobijado por el reconocimiento de Anna Ajmátova, Osip Mandelstam y Nikolai Gumiliov, en 1923 se publica el resto de su obra poética hasta entonces inédita.
La traducción y prólogo están al cuidado de Natalia Litvinova, donde se presenta a este escritor y crítico literario como una figura enigmática que parecía pertenecer al pasado, pero se proyecta con imágenes y un pensamiento que va delante de su época. La observación me parece correcta, porque inclusive dentro de un mismo poema uno puede sentir esa contradicción. También debo reconocer que cuando empecé a hojear el libro y ver luego la foto de este hombre, algo no me cuadraba.
Un recurso muy socorrido de todo lector de poesía que se enfrenta con una “curiosidad” como esta, es buscar la composición que da título al conjunto, en este caso Melancolía por lo fugaz. La cita con la cual abro este apunte está tomada de ahí.
El prólogo es más bien breve, pero atinado y con referencias de otros poetas rusos que son más conocidos. Por ejemplo Ajmátova apunta: “Él transitaba tantos caminos a la vez y llevaba en sí tanta novedad, que todos los innovadores le eran familiares”.
También entresaco esta otra referencia de Maximilian Voloshin: “A los hombres que aspiran a la armonía con el mundo les es dado comprender la imposibilidad de ese logro en la poesía de Ánnenski, esta comprensión engendra una ironía trágica”.
Supongo que ahí está la clave de la seducción por este libro, que aun siendo apenas una antología, deja entrever el espíritu a su vez arrojado y sombrío del hombre, comprometido no sólo con el futuro, sino con su realidad: … el sueño / efímero de la alegría, los andrajos dorados de la esperanza…
No es la primera vez que siento la necesidad de escribir mi propio texto a partir de las líneas que fui subrayando. No se trata de reestructurar o rehacer unos versos a partir de una traducción. No sé nada de ruso, de hecho, además lo que quise hacer era un poema no de un poema, sino de todo un libro.
De esta forma tomé estas y aquellas impresiones del conjunto… y lo acomodé todo como mejor me convino, donde me sentía, precisamente, llamado por Ánnenski.
Si digo que el poema es mío, se dirá con razón que es un plagio. Si advierto que es una versión fragmentaria que se atribuye muchas libertades, seguro me acusan de frívolo literario. Ante esta disyuntiva no tengo más remedio que declararme culpable e irreverente. Sí, los versos son del poeta ruso, el acomodo es mío.
Un buen lector acude al libro para sabotear el sentido que el autor trata de imprimirle. La cita es de Armando González Torres y no puedo estar más de acuerdo con ese comentario, así que lo utilizo a manera explícita de amparo para compartir mi lectura.
Titulo el poema como está intitulado el libro:
Melancolía por lo fugaz
El día se va sin dejar rastro.
A través de la puerta entreabierta
un murmullo alarma al corazón…
En la noche insomne y quieta
siempre se abre ante mí
la misma página manchada de tinta.
¿Qué promete este llamado?
El punto luminoso se apaga.
Las sombras se deslizan con suavidad
uniendo contornos extraños.
No puedo dormir: mientras mi boca reza
se agitan las palabras que hostigan mi mente.
Dile al corazón que no cuente los latidos.
¡Detén los pasos y escucha! No estás solo.
Los andrajos dorados de la esperanza
corren desde los ojos turbios,
concibiendo sólo la grandeza de las ideas
y las palabras.
Amar y arder…
Vivir pero en una belleza sensible
donde las páginas se queman y nos extinguen.
En algún sitio, los que son como yo,
incontables y desconocidos,
corren en el fuego de alguna existencia joven
que perece por mí en la melancolía.
El frío y el placer del olvido
son dulces para el corazón…
Las palabras irreconocibles de los libros
quemados.
Nada que lamentar, nada que desear
con avidez impotente.
He perdonado todo, así menguaron mis fuerzas.
¡Acaso debería confiar en los susurros del delirio
que atormentan mi odiosa tranquilidad!
Por qué, cuando los sueños traicionan,
las palabras se llenan de seducción.
Por qué la hierba es más verde y ruidosa
sobre la tumba olvidada.
EDUARDO ZAMBRANO
EDUARDO ZAMBRANO