Metafísica de bolsillo en el blog de Carlos Alcorta
Si hacemos caso a Charles Olson, la poesía es la “única metafísica válida”, y esta parece ser la idea que hilvana los poemas de Zeichen en este libro que, como decíamos más arriba, dista mucho de ser homogéneo. La primera parte, la titulada propiamente «Metafísica de bolsillo» está integrada por poemas que rastrean los efectos de la realidad sobre quien la contempla de un modo particularmente oblicuo. La anécdota inicial desencadena la reflexión que no se contenta con describir el suceso, sino que indaga en los mecanismos que la provocan. El poeta, por así decirlo, se distancia hasta encarnar la imagen desde la postura de quien la protagoniza, sea este persona, animal u objeto. Más que la teoría de la relatividad, como ocurre en el poema titulado «Al margen de la teoría de la relatividad», el observador parece cuestionar la verosimilitud de lo que percibe, es decir, duda de que la realidad se ajuste a la imagen que su mirada le trasmite. Pero estas anomalías no son vistas por el poeta como algo trágico, al contrario, lo que hace es sacar un enorme partido ontológico no carente de fina ironía: «Los propietarios de una identidad / se sintieron tranquilos / y a su vez por escrúpulo, / se hicieron una ulterior pregunta: / ¿cómo podía aún existir / semejante bastardo? / ¿un sin nombre?» Muchos son los temas que tocan estos poemas, desde la filosofía a la economía, pasando por la religión, la política o el mundo del arte, del que critica su mercantilización: «En los vértices de las Bellas Artes, / entre mercaderes, coleccionistas / y falsarios, hay fiebre; / todos se disputan los murales / a golpes de millones», escribe en el poema «El ex Muro de Berlín». Tal vez tenga razón, a la postre, Charles Wright cuando afirma que «No hay pobreza semejante, pensamos, / a la de vivir en un mundo metafísico». Esa pueda ser la razón de que Zeichen cambie de registro y nos ofrezca en la segunda parte un puñado de haikus que se acomodan casi a la perfección a los preceptos más clásicos del género, como observamos en estos: «Pasan las nubes / se cubre / la luna de miel» o «Otoño / enrojecen las hojas / pudor de la vejez».
«De amor y otros temas», la tercera sección, está impregnada por un humor corrosivo y desencantado. El amor que se canta poco tiene que ver con la idealización de ese sentimiento que percibimos en un Dante o en un Garcilaso. Estamos hablando de un sentimiento posmoderno, algo que queda claro desde el primer poema titulado «Semiótica» que copio entero: «Como la lucecita roja que / se enciende en el tablero / y le señala al conductor / que la gasolina se acaba, / así también el sentimiento / que tenía por ti / se ha quedado en reserva», un amor cotidiano, como de película de Woody Allen, que encuentra su cima en un poema como «Ardor», lleno de mujeres amadas: «Algunas me preguntan por cuál / de ellas ardo; y nunca sé / qué responder».
La sección titulada «Aforismos», como su propio nombre indica, contiene un buen número de estas frases sentenciosas que, por otra parte, conviven diseminadas por el resto del libro. En ello se tocan muchos temas, pero acaso sorprendan, por su triste actualidad (recordemos que el libro fue escrito antes de 1997), las últimas frases de éste: «Sólo el fundamentalista islámico desearía destruir, al ser dominado por un sentimiento de revancha antioccidental; civilización que se propaga como el agua de los océanos con respecto a la superficie de las tierras que emergen». Tiempo, soledad, escritura, divinidad o fe provocan también unas reflexiones cargadas de doble sentido, de ambigüedad, pero también de incertidumbre. El aforismo no pretende definir, sino mostrar otras caras, otros cantos de la moneda. Importa poco si es un euro o un dólar, lo verdaderamente relevante es indagar en su valor simbólico, y Zeichen nos sorprende en cada frase porque nos desconcierta. «Dedicatorias» es otra de las secciones. Ahora leemos una serie de poemas homenaje que, en algunos casos, nos recuerdan a nuestro poetas barrocos, Góngora, Lope o Quevedo no están lejos del «galateo mundano», como demuestran estos versos dedicados al filósofo Gianni Vattimo: «¡Vattimo! ¿Pero por qué en lugar de filósofo / no te has dedicado a ser abogado?». No es difícil advertir además la influencia del epigrama latino, en esta y las demás secciones del libro. «Páginas de diarios» (nos viene a la mente de inmediato un poemario de Eloy Sánchez Rosillo) no se diferencia de, por ejemplo, la primera parte, porque ambas, en un sentido laxo, las podemos considerar como fragmentos en verso de un diario, por más que el tono de algunos poemas como el titulado «Imperativo moral» parezcan desmentirlo. Hemos apreciado la vinculación con el mundo del arte en varios poemas de este libro, pero se hace explícita en la última sección: «Pequeña pinacoteca». El Guernica, Muerte de Lucrecia o la Anunciación de Leonardo son recordados en estos versos, pero no, como pudiera pensarse, haciendo un ejercicio de écfrasis, sino insertando el tema pictórico en la realidad cotidiana del autor y estableciendo unas originales correspondencias difíciles de prever, acaso porque la mirada esté ya demasiado contaminada como para intentarlo. El perspicaz ejercicio de introspección que realiza Valentino Zeichen en estos versos, el acto subjetivo de observación en el que intima con el objeto o con la sensación primigenia, alejada del cliché, permite al lector apropiarse de una gama de connotaciones lo suficientemente amplia como para que necesite leer el poema varias veces, y eso es algo que sólo logra la gran poesía.
CARLOS ALCORTA