Mi séquito silencioso en el blog de Álvaro Valverde




¡Qué tendrán las piscinas! Para mí, uno de los lugares ideales para leer poesía. Las pasadas vacaciones, por ejemplo, me ocurrió con Alcorta en la de la Oliva y con Knopfli en la de Torremenga, por poner sólo dos ejemplos. Y no son libros fáciles o del montón.
Mi séquito silencioso (Vaso Roto, 2014, traducido por Antonio Albors) se me resistía desde hace más de un año y eso que soy un declarado admirador del estadounidense de Belgrado. Sin embargo, allí, en la Sierra de Béjar, en el Candelario de mi infancia, sentado sobre la hierba bajo un chamizo que apenas si lograba tamizar la limpia luz de julio, se me dio por entero y la tarde veraniega, entre baños y lectura, se me hizo corta. Poco importaban los gritos de los críos, las conversaciones de las madres o, pongo por caso, la interesante charla de unos chavales jóvenes que comentaban a mi lado las incidencias de la noche anterior en la que cambiaron el botellón ("Soy alcohólico de tinto de verano", decía uno) por la subida al Calvitero y la bajada a la laguna del Trampal, a cuyas orillas habían dormido, como hizo uno el mes agosto en que cumplió catorce años. Por otra parte, ¿hay un ambiente más adecuando para leer a Simic? ¿No es su mundo, tan cercano y caótico, tan imaginativo y real, como el de una piscina animada en domingo?
 
Para la antología ideal del poeta (creo que la poesía de Simic es perfecta en forma de antología), hay en esta obra numerosos poemas. El primero, sin ir más lejos, "Descripción de algo perdido", donde nos damos de bruces contra la perplejidad, versos desconcertantes, que nos inquietan y, ya digo, nos sorprenden. O "Dibujando sombras", "Autorretrato en la cama", "A los sueños" (una clave de Simic), "Alarma" (que nos desarme con su aparente simplicidad), el que da título al libro (paradigmático de su modo de proceder), "Tienda de ropa usada", "Los siglos", Viaje a Citera", el precioso "Autostopistas", "El pajarito", (otra delicia, como "Festín de medianoche", nunca mejor dicho), "Una silla" (un elogio de lo concreto: de los objetos), "Mi hora de confesar" ("Un perro intentando escribir un poema por qué ladra, / ¡ese soy yo, querido lector!"), "Hermanos", "Pregúntale a tu astrólogo", "El blues de la mañana nevada" ("El traductor es un lector atento", empieza), "Al destino" (uno de los que más me gustan), "Palabras susurradas" y "El titular" (dos poemas acerca de lo íntimo), "Encuentro con el capitán (y con la literatura), "El sentido trágico de la vida" y, por terminar. "21 de diciembre" y "Nuestro viejo vecino", donde encontramos al Simic más realista, que acaso es el que más me agrada.
 
Sí, más vale tarde que nunca. O, mejor, cada libro tiene su afán. Y su día. Sobre todo si se trata del genial Charles Simic, ese maestro de poetas que, a preguntas de Eduardo Lago, definía irónicamente la poesía como "algo que es importante que mi perro sea capaz de entender". Pues eso.
 

ÁLVARO VALVERDE