Mi séquito silencioso en la revista koult


 

Quien se haya acercado previa­mente a la obra de Charles Simic gracias a La voz a las tres de la madrugada (DVD Edi­cio­nes, 2009) o El mundo no se acaba (Vaso Roto, 2013) observará que Mi séquito silencioso (Vaso Roto, 2014), publicado originalmente en 2005, regresa a los escenarios urbanos característicos de este poeta nacido en Belgrado en 1938 que vive en Estados Unidos desde el 49.
 
Es cierto que reconocemos en esos espacios eminentemente urbanos (en alguna ocasión también rurales; una granja o los caminos solitarios del campo) de Simic una huella humana, sin embargo, no estamos ante una huella sentimental y amable, sino ante una ausencia o algo que está al acecho, gastado o minado, frío. Hay tiendas de ropa usada con un gran surtido de vidas antiguas/ para buscar entre todas/ la que mejor te siente/ lavada y recién planchada,/ pero con el cuello gastado, ventanas que se llenan de rostros porque algo ha ocurrido en la calle, algo que nadie es capaz de explicar porque no hay camiones de bomberos, nadie grita, nadie dispara, y, a pesar de ello, hay algunos que se asoman y gritan/ a quienes […] pasean un domingo/ de un siglo cualquiera, menos violento que el nuestro.
 
Los rostros espían en el poema ‘Alarma’; los niños de ‘En la granja’, al contrario de lo que cabría esperar, son silencio­os (“En el porche alguien ha empujado/ una mecedora para moverla,/ no sabría decir quién es, ¿un extraño/ o ese niño nuestro que nunca dice nada?”); las personas se mueven como sombras, sin atreverse a hacer ruido en poemas como ‘A los sueños’: “Aún vivo en todas las vie­jas direcciones,/ llevo gafas oscuras, incluso en el interior, […] nadie parece reconocerme. Permanezco/ sentado, indefenso, ignorado y vacío./ Esas pequeñas tiendas que sólo abren de noche/ donde hago mis discretas compras. […] Entonces salgo a la luz fría y carente de fe/ esperando a la salida con la boca cerrada”.

Los poemas de Simic hablan así de un séquito de individuos silenciosos que nunca llegan a encontrarse (¿qué encuentro podría darse, qué mirada unirse a otra, entre seres humanos que llevan gafas oscuras incluso en espacios interiores?). La unión, la comunicación, lo familiar, no llega a construirse en un sigilo casi impuesto por una fuerza que no somos capaces de vislumbrar, pero que queda patente al finalizar la lectura de la obra. ¿Es esa fuerza el asombro ante lo innombrable, ante aquello que no somos capaces de asir y que la poesía intenta dilucidar en una persecución casi obsesiva en pos de lo intangible?, ¿es el silencio que sigue a una dictadura (recordemos sus referencias a la Europa de entreguerras y a la Norteamérica de su juventud) o el vacío de Dios? Tal y como ha observado Seamus Heaney, Simic posee un “don asombroso para abrir un camino interior hacia una conciencia mítica latente, y a la vez otro exterior hacia el mundo”.
 
Podríamos afirmar que algo explota en sus poemas, pero sólo somos capaces de vislumbrar la onda expansiva, la manifestación de la violencia queda contenida bajo el velo de lo innombrable, acallada por una voz entre narrativa y poética que nos habla de autoestopistas, cuervos, casas hechizadas o los sombreros de hombres muertos en el poema ‘Tienda usada’ que cobran vida y ruedan por el suelo dándose prisa para acompañarte a la salida. Parece que incluso los objetos ansíen la huida, el abandono del lugar que habitan; nadie quiere ocupar el lugar que le corresponde.
 
Como contrapunto a estas descripciones de algo perdido y de personajes que vagan, se alejan y descienden “en un andén vacío/ sin ningún pueblo a la vista”, están el humor y la ironía o, al menos, imágenes que arrancan una media sonrisa y rompen con lo previsible; un coche fúnebre con una rueda pinchada, un niño que sube al tejado para hacer compañía a las nubes o un viejo llevando una silla y una cuerda hasta el patio de atrás como si fuera a ahorcarse con ella para luego sentarse y perder la noción del tiempo.
 
Y, sobre todo, nos traslada con agilidad a paisajes quietos repletos de personas que vagan o, simplemente, aparecen detenidas y, a pesar de tratarse normalmente de escenarios urbanos, no se percibe dinamismo en estas imágenes. Hay miradas inquietas, fantasmas, huellas, rastros, patios, mecedoras, una huésped llenando su bañera, seres sentados “como un charco de lluvia en el infierno/ remendando los calcetines de tu [su] vida”. Lo único que fluye o aporta cierto dinamismo a estos escenarios son las referencias al mundo natural (la sangre que fluye como un arroyo en el bosque mientras el protagonista duerme, un destello de luz o los martillazos de un pájaro carpintero), como si la naturaleza, la vida, continuara ahí fuera pero el ser humano hubiera quedado atrapado en el recuerdo de un infierno particular (la experiencia de la guerra, por ejemplo), un infierno que podría explicarse a través de la figura del tirano en poemas como ‘El papel del insomnio en la historia’: Los tiranos nunca duermen […] Cuando llega el amanecer, / los santos se arrodillan,/ los tiranos alimentan sus perros/ con pedazos de carne cruda. 
 
En una primera lectura este texto puede dejarnos quizás un tanto fríos o indiferentes. Por un lado, es cierto que algunos poemas nos dejan un poco indiferentes (‘El pajarito’, ‘Festín de medianoche’, ‘En la mañana medio-dormido’ o ‘Nuestro viejo vecino’y otros que ofrecen un cuadro aséptico, con personas que habitan esos cuadros pero que, a la manera de los personajes de Hopper (ya lo observa P. S. Chiquero en su reseña), con la maleta siempre preparada, no saben qué dirección tomar.
 
Sin embargo, al analizarlo en profundidad, el texto de Simic cobra fuerza; las imágenes resultan novedosas y rompen con el prejuicio lector de lo esperado, muestra pasajes a caballo entre lo real, lo onírico y lo surrealista, transmite la ausencia de sentimientos que pueden generarse después de una represión, después de vivir la experiencia de los sueños truncados, presenta poemas con un ritmo muy contundente que acompasa el universo cerrado y compacto de sus textos.
 

UXUE JUÁREZ