Muerte y amapolas en Alexandra Avenue en Periódico Extremadura
Amapolas
Mario Martín Gijón
17/06/2017
Coincidiendo con el florecimiento de las amapolas, en los márgenes de las carreteras y en los descampados, acaba de publicarse Muerte y amapolas en Alexandra Avenue, el último poemario de Eduardo Moga. Un título que recuerda inevitablemente Amapola y memoria, el primer libro del judío rumano Paul Celan, quizás el mayor poeta del siglo XX, y que contiene la famosa Fuga de muerte. Celan, que había perdido a sus padres asesinados por los nazis, exorcizaba el trauma del superviviente y comenzaba una nueva vida junto a la también poeta Ingeborg Bachmann. La obra de Moga, escrita en muy otras circunstancias, da fe también de un nuevo comienzo, o al menos su intento, durante los dos años y medio que residió en la capital del Reino Unido.
Se ha convertido Londres, por la crisis económica, en un destino frecuente para los españoles (más de un antiguo alumno ha marchado allí a probar suerte), aunque siempre fue lugar de refugio, en una genealogía que va de los liberales ilustrados como José María Blanco White a los exiliados republicanos como Pedro Garfias, Luis Cernuda o el pacense Arturo Barea, y los huidos del franquismo tardío, en busca de un aire más libre, como el cacereño Jesús Alviz. A todos ellos homenajea Eduardo Moga en una de las secciones de un libro que, como Poeta en Nueva York, de García Lorca, refleja el contraste entre el individuo y la miríada de impulsos de la gran ciudad, desarrollada en el díptico Multitudes. Desde el poema inaugural, se pregunta «aquí, ¿a qué vine?» y no logra darse una respuesta convincente mientras es asaeteado por los atractivos y hostilidades de la ciudad, que llevan a una «desarticulación de los ojos» plasmada en la sintaxis azacaneada pero subyugante de sus poemas, largos y caudalosos. La dicción de Moga refleja la extrañeza mediante el oxímoron: los árboles que flanquean al paseante «palidecen de negrura» y su soledad «es un cuerpo frío, cuya frialdad quema».