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Bishop o el ángulo silente del paisaje

Vaso Roto publica, por primera vez en castellano, toda su poesía

Esther Peñas / Madrid- 18/08/2017

Ornitóloga, amante del clavicordio, entusiasta de Aristófanes, la poesía de Bishop resulta una contemplación erótica en lo deseante del paisaje. Su traslado con los abuelos maternos a Nueva Escocia explica esta querencia, esta necesidad por la perspectiva paisajística. La suya es una mirada que se deja hacer, se permite ser traspasada por él. “La violeta, imperfecta, en el césped./ Durante dos semanas o más los árboles titubearon; las pequeñas hojas esperaban,/ evidenciando delicadamente su singularidad.”


Si sus mayores y  los poetas de su generación indagaban en las religiones heredadas para salvar los restos del naufragio, si se recibía a Bergson como un posible mentor espiritual si se ahondaba en el horror que las dos guerras mundiales prendieron, Bishop siempre mantuvo encendida la llama del paisaje, el íntimo transitar por la geografía. “La tierra yace en el agua; está sombreada de verde./ Sombras, ¿aguas someras?, en sus bordes/ traslucen profundas huellas de algas en el arrecife/ donde el sargazo se extiende del verde al simple azul”. El poema se titula ‘El mapa’, que abre su primer libro, ‘Norte y sur’, que recibe el Houghton Mifflin Prize. Acaso el paisaje como promesa de orden, de sentido vital. Acaso naturaleza como constitución de cada cosa. Acaso, como escribió Hölderlin por “ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de í mismo, al todo de la naturaleza”. 


La suya no es una poética comprometida en su temática, no hay alusiones a la pobreza, a la destrucción, a la crisis (del mismo alma humana) irreparable de conflicto bélico. La suya es una militancia para con el lenguaje, en la palabra. Ella lo explicó, como disculpándose. Pero descubrimos en sus inéditos que también latía una preocupación social en sus versos, que tal vez ella no quiso publicar en vida por pudor.


La muerte (quedó huérfana de padre cuando contaba con ocho meses de vida), la pérdida (la separan de su madre, asidua a psiquiátricos con cuatro años), el viaje (tan imbricado con el paisaje y la geografía), el amor (lésbico, pero en silencio) y el sueño son temáticas recurrentes para Bishop. Un alma nómada o, como apunta Clariond “un mar inmóvil siempre en movimiento”.


La suya es una poesía de quien parece que va a morir instantes después de escribir el poema. No es heroica, no es grandilocuente no es intensa, en el sentido musical del término. Es la sencillez de quien se sabe solo en el mundo, de quien ha aprendido que mirar es la mayor hacienda de que dispone el hombre, y sus palabras van colocándose como las flores de la dormidera, delicadas, sutiles, sosegadas.


 “Incluso al perderte (a voz burlona, u gesto/ que adoro) no habré mentido. Es evidente/ que no es muy difícil dominar el arte de perder/ aunque parezca (¡anótalo!) un desastre”.