Otras tradiciones en la mula blanca
Personalmente, cada vez que escucho la palabra “canon” me resulta inevitable imaginar un vasto y caudaloso río artificial en el que, muy a su pesar, no están todos los peces ni congrega tampoco todos los hábitats. Ocurre en ocasiones que la valía de ciertos autores pasa desapercibida o, lo que es peor, acaba siendo reconocida a posteriori, las más de las veces a título póstumo. Innumerables son los ejemplos; me vienen a la mente nombres como William Blake, César Vallejo, Franz Kafka o el Conde de Lautrémont. Por suerte, existen remedios para subsanar estas ominosas omisiones: la curiosidad y la inconformidad, cualidades poco frecuentes en la actual genética poética.
Movido por estos principios John Ashbery da a imprenta Otras tradiciones, un ameno y revelador volumen de ensayos dedicados a la obra de algunos poetas inmerecidamente desatendidos por la crítica. Entre los seleccionados figuran John Clare, Thomas Lovell Beddoes, Laura Riding, David Schubert, John Wheelright y Raymond Roussel, quizás el más conocido de esta peculiar lista. Habría que indicar que los seis ensayos que conforman el libro fueron conferencias impartidas en el ciclo de la cátedra Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard, durante el año lectivo 1989-1990.
Inteligente e intuitivo, Ashbery se decanta por un enfoque más afín a sus propósitos, siempre partiendo de su experiencia: un poeta hablando de otros poetas, más cercano del lector promedio que del estirado y cuadriculado crítico literario. Este “punto de vista artesanal”, como él mismo define, es un acierto por partida doble, ya que las reflexiones sobre estos escritores no solo le permiten ponerlos nuevamente “en órbita”, sino que son también un feliz pretexto para profundizar sobre sí: “elegí a estos autores en parte porque me gustan y en parte porque tengo la impresión —para quienes lo crean necesario— de que podrían arrojar algo de luz sobre mi propia escritura”.
Fiel a su esencia, estos ensayos son una amalgama de análisis y de cavilaciones que con mucho tino interactúan junto con anécdotas biográficas propias o ajenas. Gracias a ellas se nos desvelan aspectos ignorados de los autores aludidos. Así, lejos de confeccionar una única plantilla crítica, Ashbery dedica un trato especial a cada uno, consciente de que sus poéticas son disímiles y que necesitan un espacio propio. “Los que yo he seleccionado exigen que nos adaptemos o entremos en la longitud de onda adecuada. Saber algo de sus vidas y de las circunstancias en las que trabajaron nos ayuda en esa tarea, dado que de ello dependen en buena medida las diferencias en la calidad de lo que escribieron”, apunta.
De este interesantísimo sexteto quisiera resaltar el brío y el fragmentarismo de la poesía de David Schubert, a quien el mismo Ashbery antepone en su parnaso personal sobre los “intocables” Ezra Pound o T. S. Eliot, ya sea por lo polisémicos y conmovedores que le resultan sus versos o por la breve y enigmática vida que llevó. Asimismo, es sumamente revelador observar cómo la obra de John Wheelright le supone un reto por su carácter contradictorio y oscuro. En un alarde de honestidad, subraya: “la médula de su poesía reside en una serie de poemas más extensos, radicalmente experimentales en su forma y mucho más preñados de posibilidades para la poesía del futuro que cualquiera de los escritos por Pound o Eliot”. Una vez más el canon personal de Ashbery arremete contra el canonizado dúo de la moderna poesía anglosajona.
Ahora bien, el rasgo común en estos ensayos es el predominio del sentido estético. Ciertamente, la poesía de Ashbery puede llegar a ser tan hermética o intrincada como la de Riding o la de Wheelright; áspera y densa como la de Clare o la de Beddoes; e incluso experimental como en Roussel. Empero, la belleza es la brújula que guía su personalísimo derrotero poético. En un pasaje sobre Laura Riding, sostiene: “Mi incapacidad para entenderla no afecta a mi juicio sobre su belleza o su fealdad”. Comprobamos que los poemas no son una fuente de sentido, ni su calidad depende solo de ello, sino que es la sublime unión entre “sentido y música, metáfora y pensamiento”, como bien afirma al final del volumen en una especie de coda titulada “Breve ensayo sobre poesía”.
Otras tradiciones, en suma, nos presenta y desvela la obra de seis autores que gravitan fuera de los usuales márgenes en los que nos movemos como lectores. Es también una invitación a liberarnos de los prejuicios, conformismos e imposiciones académicas, con la que Ashbery, como bien apunta Edgardo Dobry en el prólogo, “prefiere sugerir a pontificar, conversar a imponer”. En pocas palabras, su lectura es también un juego de estrategia.
REINHARD HUAMÁN MORI