Permanencia de Octavio Paz en Encuentros de lecturas




Cuando leía un poema, al tiempo que mantenía la hoja de papel muy cerca de sus ojos por coquetería -no se resignaba a llevar lentes- Paz parecía descubrir sus propias palabras como si se tratara de la partitura de otro músico. En su voz se filtraba el asombro de haber escrito ese poema, pero también vibraba la duda de si era realmente un buen poema y buscaba con intermitentes miradas hacia el público un asentimiento que sólo podía percibirse en el silencio de los presentes. Su voz caía levemente enfática sobre las palabras que encarnaban las tensiones entre los contrarios que lo obsesionaban y constituían los polos entre los cuales oscilaba su búsqueda poética. Carente de tonos excesivamente coloridos, su voz imprimía los sentimientos que aspiraba despertar con una leve aceleración del ritmo y una subida de volumen, como un preludio de la asfixia, pero sin perder la clara cadencia de la cascada verbal.
 
Esa evocación de la voz del poeta aparece en “Palabra que busca unos labios que la digan”, uno de los once artículos que Fabienne Bradu ha reunido en el volumen Permanencia de Octavio Paz, que publica Vaso Roto en su colección Cardinales.
 
Con una densa trayectoria investigadora que ha desarrollado en México desde 1979, Fabienne Bradu fue durante más de quince años colaboradora de Vuelta, la revista que dirigía Paz, y miembro de su consejo de redacción entre 1988 y 1998.
 
Esta reunión de textos en torno a la figura y la obra de Octavio Paz es, como señala la autora en la Nota previa, una manera de proseguir la inagotable conversación con su obra /.../ Estos cuantos textos de distintas épocas y de índole diversa, son algunas muestras de la conversación que mantengo con él hasta la fecha.
 
Una conversación que evoca la voz del poeta recitando, cuyo recuerdo sonoro provoca  una emoción más fuerte y más cercana que la de la imagen, una intimidad mucho más estrecha y misteriosa que la visual.
 
Una conversación con la obra y figura de Octavio Paz -a un tiempo familiar y ya desprendida de la realidad cotidiana- que propone un recorrido por otros motivos vertebrales en su obra como poeta, ensayista o traductor, otra faceta de su labor creativa que se concretó en Versiones y diversiones.
 
Motivos como la mujer, en quien encontró su espejo espiritual; la relación con el surrealismo - un punto de partida y mucho menos un punto de llegada, una vía de salida hacia la propia voz-; la persistencia de la India como referente vital, como un segundo nacimiento que transformó su visión del mundo y su escritura; su concepción del amor como guerra secreta contra el tiempo en La llama doble; su mirada crítica a la historia del siglo XX; su alejamiento personal y poético de Neruda que pese a todo -y así lo dejó escrito- le parecía el poeta más amplio, hondo y humano de su generación en América y en España /… / Un poeta inmenso.
 
Con estas líneas resumía Fabienne Bradu la permanencia de Octavio Paz, de su ejemplo y su desobediencia, en uno de los artículos de este volumen, un texto publicado cuando se cumplían los veinte años de la concesión del Nobel:
 
Es verdad es que, sobre todo hacia el final de su vida, cuando los años exasperan la impaciencia y la irritabilidad, la rebeldía de Paz llegó a adoptar el cariz de la cólera y a cautivarlo en las trampas de la sinrazón. De todas maneras, su legado no está únicamente en los gruesos volúmenes de su obra completa. Si algo fundamental nos enseñó Octavio Paz es la virtud y la salud de la rebeldía.
 

SANTOS DOMÍNGUEZ