Prosa de Bishop en el blog de Carlos Alcorta




La envergadura de un proyecto como éste bien merece un reconocimiento especial por parte no sólo de los poetas (estamos hablando de una poeta, de una de las más grandes del pasado siglo, aunque en este volumen se recoja su obra en prosa) sino de la crítica y de los lectores en general. Acometer la edición de la obra completa de Elizabeth Bishop (se anuncia otro volumen que complementará éste, dedicado a la poesía), aunque no haya sido una autora muy prolífica, supone para sus incondicionales, entre los que me cuento, todo un acontecimiento editorial y un motivo de especial celebración, porque, aunque su poesía ha gozado de cierta atención, sobre todo en antologíasAntología poética, publicada en 1988 por Mestral, Norte y sur, segundo de los libros de Bishop, publicado por Ediciones Igitur en 2002, Antología poética en Visor en 2003 o Obra poética, publicada también por Ediciones Igitur en 2008— su obra en prosa se ha vertido a nuestro idioma con cuentagotas (Una locura cotidiana, editada por Lumen en 2001, recoge algunos de sus relatos), siendo como es, mucho más abundante que la obra en verso.
 
El voluminoso ejemplar de Prosa recoge prácticamente todo lo que escribió en dicho género, si excluimos las miles de cartas que intercambió con sus diferentes corresponsales a lo largo de los años. De dicho género epistolar se recoge aquí una amplia selección de las cartas que se cruzó con Anne Stevenson, poeta y primera estudiosa de su obra. «El presente volumen incluye casi todas las obras maduras de Bishop en prosa que fueron publicadas, así como las piezas más importantes que no aparecieron durante la vida de su autora», explica el editor, Lloyd Schwartz.

El libro se divide en cinco secciones: La primera, «Cuentos y memorias», en la que no está muy clara la frontera entre la invención y la biografía. «En su prosa la distinción entre ficción y memoria suele hacerse borrosa», escribe Schwartz, pero esto no debe importarnos, porque todos sabemos que la memoria también inventa (recordemos a Caballero Bonald), aunque en un texto creativo, lo verdaderamente relevante es la verosimilitud, no la fidelidad —del todo imposible, por otra parte— a los acontecimientos. Sus cuentos poseen una clara vocación descriptiva que en muchos momentos se acerca al reportaje periodístico —el titulado «Hospital Mercedes» es un buen ejemplo (y guarda una sombrosa similitud con el poema «Réquiem», de José Hierro)— y en la mayoría de ellos los retazos biográficos son fácilmente detectables. Su infancia, traumática y errabunda (se quedó huérfana de padre siendo muy niña y su madre acabó al poco tiempo internad en un hospital psiquiátrico), está presente en cuentos como «En la aldea», «Gwendolyn» o «La clase infantil», así como experiencias de su larga estancia en Brasil («Al botequim y vuelta», por ejemplo). Particularmente interesante es el titulado «Esfuerzos del cariño: Recuerdos de Marianne Moore», en el que narra su amistad con la gran poeta y mentora, desde que la conoció, siendo muy joven: «Conocí a Marianne Moore —escribe Bishop— en la primavera de 1934, cuando estaba en el último curso en la universidad de Vassar» hasta los últimos años: «La penúltima vez que salí con Marianne fue en el verano de 1968». Anécdotas, costumbres, gustos y antipatías son puestas de manifiesto con un lenguaje que denota la admiración literaria y la empatía personal que sentían la una por la otra, y siempre explícita una de las características que más admiro en Bishop, la mesura. Un texto enternecedor a la par que esclarecedor, más que una crítica al uso.
 
La segunda de las secciones, «Brasil», es un pormenorizado recorrido por la historia y la actualidad —está escrito en 1962— de su país de adopción, país que llegó conocer extremadamente bien gracias a una estancia de casi veinte años (Flores raras y banales, de la novelista brasileña Carmen L. Oliveira y Cuanto más te debo, de Michael Sledge, ambas publicadas por Vaso Roto, recrean de forma novelada aquellos años). Su origen fue un encargo de la revista Life para la sección Biblioteca del Mundo y en la presente transcripción se sigue el manuscrito original, ligeramente distinto del texto publicado en la revista. La minuciosidad con la que explica los avatares históricos. el carácter de sus gentes o describe la geografía del país es asombrosa.
 
«Ensayo, reseñas y homenajes» recoge reseñas críticas de diferente intensidad. Marianne Moore o su amigo Robert Lowell (el texto para la sobrecubierta de Life Studies y unas notas más generales sobre su poesía: «La poesía de Lowell, siempre absolutamente honesta con el lector, está escrita, sin excepción, con una lógica perfecta en relación con su sintaxis y su significado») son tratados con profundidad y admiración, sin embargo, con el libro que Rebecca Patterson dedica a Emily Dickinson, se muestra implacable, escribe: «A pesar de sus cuatrocientas páginas, este libro es varias tallas demasiado pequeño para Emily Dickinson» (este estilo alusivo es el que usa con frecuencia). Se incluyen además en este apartado textos como la introducción que hizo a El diario de Helena Morley, el cual tradujo al inglés, así como la que escribió para Una antología de la poesía brasileña del siglo XX, realizada con Emanuel Brasil (publicada por Vaso Roto en traducción de Margarito Cuéllar y Ángel Alonso en 2009).
 
«Correspondencia con Anne Stevenson (1963-1965)» proporciona una cantidad impagables de datos para cualquier estudioso de su obra y una fuente de conocimiento para cualquier lector. Influencias, gustos literarios, precisiones biográficas, cuestiones metapoéticas (recordemos que las tres cualidades que más le gustaban de un poema eran «la precisión, la espontaneidad y el misterio») son abordadas al principio con cierto recelo, pero a medida que la confianza con su interlocutora crece, ese recelo se transforma en intimidad, eso sí, no exenta de recato.
 
Finaliza esta joya con la sección titulada «Apéndice: Prosa temprana», en cuyos textos, de crítica o de ficción, escritos entre sus 18 y 23 años, podemos observar ya la destreza, la ironía y la agudeza interpretativa, así como el gusto por el detalle descriptivo que se fue acentuando con el paso del tiempo. Quizá mi pasión por Elizabeth Bishop me haga pecar de subjetivo, pero creo que Prosa —traducido admirablemente por Mariano Peyrou— es un regalo de casi 800 páginas que todo poeta debería leer, pero también sacarán un enorme partido de sus páginas también aquellos que prefieran la ficción pura, los que se decanten por la biografía, la sociología e, incluso, los profesionales de la traducción, actividad sobre la que reflexiona con inteligencia. En resumen, un libro, como he escrito más arriba, que a nadie que le guste la literatura dejará indiferente.
 
 
CARLOS ALCORTA