Puertas entreabiertas 2 en el blog de Carlos Alcorta
Esta antología de Leonard Nolens, Puertas abiertas 2, es el complemento a la que la editorial Vaso Roto publicó hace tres años, Puertas entreabiertas 1, y digo complemento y no continuación, porque los años de producción poética que abarca son casi los mismos, desde la década de los ochenta hasta nuestros días, con la salvedad de que este último el periodo temporal se extiende hasta el año 2014, mientras que la primera parte se cerraba en el año 2004. Leonard Nolens, nacido en Bree en 1947, es un poeta escasamente conocido en nuestro país, a pesar de la enorme calidad de su obra, reconocida en toda Europa, y de que su poética guarda muchas similitudes con una de las estéticas más celebradas en los últimos años, la que combina la sencillez léxica con la fragmentación discursiva en una búsqueda de esa identidad en conflicto tan propia de nuestra época. Su bibliografía es muy extensa, desde su primer libro, que data de 1969, ha publicado una treintena de volúmenes, fundamentalmente de poesía, aunque también frecuenta la prosa diarística, prosa que este lector no ha tenido la oportunidad de leer (no he localizado ninguna traducción a nuestro idioma).
La presente antología se inicia con una muestra del libro La figura soñada (1986). Son poemas de carácter sentencioso, compuestos por frases —versos— enunciativas, rotundas, coercitivas en muchas ocasiones, que apenas dejan lugar a disentimiento: «Sentados desnudos a la mesa. Tus ojos iluminan el comedor». Una escena casi aséptica obliga al lector a inventar su propia escenografía porque no son mucho más explícitos los datos que el resto de los versos aporta, algo que, en sí mismo, resulta del todo sugerente. Da la sensación de que proceden de un latigazo de la mente, que codifica esas imágenes en un discurso sincopado, fracturado, asistemático, como el propio pensamiento del hombre posmoderno.
En Inscripción de nacimiento (1988), la prosodia se hace más discursiva. Los versos no son ya categorías verbales autónomas, se enlazan por medio de encabalgamientos, de sintagmas subordinados, lo que delata, acaso, una desconfianza mayor en el lenguaje y un encarnizamiento con el yo que procede de la crueldad connatural al ser humano. El poema «El lugar común Chernóbil», puede ser un buen ejemplo de lo que digo: «Llegará el día, ése en el que no haya día,/ Aquel cuando, inefable, fallezca la noche», unos versos que se repiten al comienzo y al final del poema, un bucle pesimista que constata la falta de esperanza en el futuro.
Brecha, de 2007, representa un salto notable, no sólo temporal, sino temático. La técnica ha sufrido pocas variaciones, pero ahora se advierte un componente histórico, generacional que antes estaba ausente. «Muchos éramos como en aquel entonces yo» (creo que el dislocamiento sintáctico es deliberado, no un inconveniente de la traducción), escribe en el largo poema dividido en veinte fragmentos titulado «Éramos los callados después de mayo del cuarenta y cinco». La fragilidad de la realidad provoca una transformación del sujeto, que pasa de un yo omnisciente a un tú solidario: «Como tú éramos muchos en aquel entonces», un tú que se convierte en un nosotros unidos por la ideología, por el deseo de subvertir el orden establecido de las cosas, desde la relación con el propio cuerpo, hasta el sistema político (Mayo del 68 aparece al fondo). Pero no tarda en llegar el desencanto: «Éramos pocos. / Éramos algunos» y la desafección: «Éramos un grupo minoritario presa/ de nuestra propia minoría». Una especie de ajuste de cuentas con el pasado —una inmensa brecha— se resume en los versos finales del poema: «Éramos pocos. Algunos. Unos pocos. Otros./Los artistas se dedicaban/ Al arte de desaparecer, los poetas a la experiencia/ De la página blanca. Y nadie tenía nada que decir./ Nadie tenía que decir otra cosa que nadie./ Los políticos nos rechazaban», versos que contrastan con los que integran el poema «Es un libro precioso», más condensados, más orientados hacia la médula del decir, menos explícitos. El libro de la vida en el que tienen cabida actos y pensamientos, imágenes y formas de ver, lo bueno y lo malo, la esperanza y el desconcierto, que, sin embargo, «aborrece hablar de nosotros», como si el innominado artífice estuviera cansado de desfigurar la realidad por medio de las palabras y renunciara a seguir rindiendo pleitesía al carácter inestable de los significados.
Poemas de Ciencia del desierto (2008), Dile a los niños que no valemos para nada (2011) y Silencio llamativo (2014) completan esta magnífica antología que, sin embargo, adolece, a mi modo de ver, de varios inconvenientes. Se echa en falta un texto explicativo sobre los criterios de selección. Una obra tan vasta como la de Leonard Nolens no puede ajustarse a unos registros tan limitados. No se trata de incluir un sesudo ensayo sobre la poesía del autor, pero no hubiera estado de más conocer los motivos editoriales que han determinado excluir tal o cual obra, como tampoco hubiera resultado improcedente aportar unos datos básicos sobre la bibliografía del autor. Aunque algunos prefieran leer la obra careciendo de todo referente, de toda influencia ajena a los propios poemas, otros preferimos guiarnos por unas coordenadas básicas que nos permitan abarcar de un vistazo rápido la multitud de posibilidades que brinda el paisaje, el sentido de una poesía como la Nolens, en la que conviven el misterio y la anécdota, la intuición y la inteligencia, el dolor y la dicha.
CARLOS ALCORTA