Todo ajeno en Verso Blanco
El último trabajo de la joven escritora rusa Natalia Litvinova (Gómel, Bielorrusia, 1986), Todo ajeno (Vaso Roto) –fértil, sincero, ingrávido, liviano- llega en su lectura como tacto y cercanía. A pesar de dibujar paisajes húmedos, níveos, donde la tinta azul corre y mancha, deja huella, su lectura tiene ese calor de vientre, cercanía íntima tan necesaria para sumergirse en el recuerdo. Sin embargo, la poeta marca constantemente una distancia, que es la suya, la misma en el acto de observación, la misma con lo que fuimos, también con lo que seremos, que hace extraña la existencia y suspende los terrenos que creemos más cercanos: “ajeno como todo lo que es mío”.
Tomo del epílogo del también poeta Francisco Javier Irazoki, la antesala a esta lectura: los senderos de Litvinova no separan generaciones –de lectores, de recuerdos- sino que las une bajo una pluma cargada a menudo de desagarro, corte, desliz, diferencia y por qué no, también de fertilidad. En muchas ocasiones sus versos toman las alas anheladas, se deja llevar por los rincones del pensamiento, de la observación con la sutileza del que sobrevuela y tiene una visión de una alta incertidumbre: “Sólo el cuerpo sabe su verdad”.
En la poesía, escribe: “encuentro la oración para soportar/ cada corte abrupto”, y tiene en efecto, un lenguaje de nostalgia, de plegaria implícita: “Deslizo el lápiz sobre mi cuerpo./ Escribo sobre la piel para que la historia/ no me haga daño”.
Los ecos de su voz, de su escritura retumban en muchos monumentos, en las ruinas también del pasado, en el dolor de muchos rostros, manos, heridas: “mi voz no parece salir de mi voz sino de otra garganta/ que yace en la profundidad de la mía./ Soy como un conjunto de muros que rodea lo que soy”, “mi voz es una campana que golpeo para escuchar”. El muro, la barbarie nazi, el desastre de Chernóbil son marca y herida imborrables, sombras y sospechas, herencias que duelen: “algo hay en mi de los antepasados que luchaban/ y copulaban con los tártaros".
A medio camino entre el sueño, el recuerdo, la observación y el pensamiento se componen esos ecos, esas distancias, esas diferencias: “la diferencia es el primer acto de percepción”. Pero también hay un sentimiento terrenal, animal, en el que ahonda a veces como premonición, otras como enigma. El mismo enigma puede recorrer la misma estructura de su femineidad, de la maternidad, de la fertilidad.
El símbolo conjuga su imaginario, y las contraposiciones entre versos desgarrados, distantes, fríos, y el abrigo de las manos, los cuerpos, al calor de la remembranza se perfilan y entre la brecha se escapa algo que deberíamos llegar a sospechar, a alumbrar, a saber, una imagen de nuestro tiempo.
Natalia Litvinova, perfila, precisa y concreta el eco en Todo Ajeno, una voz que recoge tantas otras, y que se afirma tras las publicaciones de Esteparia (2010), Balbuceo de la noche (2012) y Grieta (2012).