Transpoética en Librújula

Leyendo el último poemario de Leo Zelada (Lima, Perú, 1970) uno se da cuenta de la necesidad de un planteamiento poético de la realidad porque “Un poeta es un mendigo de metáforas”, certero endecasílabo que nos explica que la poesía es el arte que se manifiesta por medio del lenguaje y lo que busca es conmover. Es palabra sujeta a ritmo y suplementada retóricamente. Es ella en sí y, a la vez, el lenguaje y el lector. Dado que el poema debe prolongarse en quien lo lee, lo recita o lo escucha, puesto que es la única manera de que tenga continuidad ese vértigo que, en un límpido instante, es capaz de desvelar sombras, porque “Transformar el dolor en belleza ese es el oficio del poeta.”
Creo que este poemario es todo un ejemplo del buen quehacer demiurgo. Es un poemario cerrado, dividido en cuatro partes de cinco poemas cada una, de distintas medidas, de dos versos el primero a 53 versos el último, que da título al libro; y diversas estructuras poéticas, que dan cuenta del afán de este poeta por aprehender de la poesía de la vida y ser su amante: “La poesía es mi puta forma de ver el mundo,/ es el ardor que atraviesa mi garganta,/ el humo del cigarro que va matando día a día mis/ pulmones”. Es, no cabe ninguna duda, toda una (su) poética.
La materia, de por sí, puede contener o no un cierto grado de poesía, pero es el talento artístico del poeta, y a Leo Zelada le sobra, el único capaz de infundirle auténtica belleza estética. Bien es sabido que la lírica no tiene una métrica específica, es la intuición del poeta la que la guía y de qué manera: “Hace demasiado tiempo que me dura esta resaca maldita./ Hace demasiado tiempo que aguanto esta bohemia incansable./ Hace demasiado tiempo que beso en la noche el oculto misterio./ Hace demasiado tiempo mi cuerpo es literatura”.
Si el poeta debe intentar que el lector viva la experiencia que plasma en sus versos, Leo Zelada lo logra, y de qué manera. Y me asalta una duda, pues no sé si el poeta solo es poeta mientras escribe el poema o lo es todo el día. Lo que queda claro en esta poética es que es en la vida del creador literario donde radica el placer por descubrir lo escondido. Y, si el poeta debe saber quién es y ser, Leo Zelada lo es y ejerce. Y, con el poder del lenguaje de este poeta peruano afincado en Madrid, que es puro hechizo, fuerza plasmadora, magia verbal, da cuenta de su entrega como poeta y como amante, no elige: “Cuando escribo atravieso la noche para tocar con mis/ manos la belleza oculta de la página en blanco”.
La polivalencia y frescura de este poeta, el respeto por los grandes poetas y sus obras sin miedo a actualizarlos (por sus páginas desfilan desde Pessoa hasta Borges, pasando por Bolaño, Lorca, Vallejo, Lope, Quevedo o Cervantes, sin ir más lejos), y la atracción por las nuevas y no tan nuevas formas poéticas lo hacen extraordinario. Su poesía es el mejor gimnasio para poner en forma las emociones. No lo dude nadie, porque es una poesía que le habla cara a cara a la muerte. Es un poeta inconformista donde los haya y cultiva la voz clara y sugerente, el misterio: “Sobre la espuma del mar/ el resplandor del misterio”.
Creo que leyendo aLeo Zelada  nos acercamos al mundo en que vivimos de una manera saludable y con su poesía lo entendemos mejor. Si bien es una obra tal vez algo distendida, está muy integrada en el presente, pegada a la realidad, no falta de pensamiento profundo, pues, aunque enraizada en lo cotidiano y su realidad, reflexiona acerca de la muerte, el tiempo o la naturaleza, presentes en su memoria, como gran escrutador del mundo que es: “Frente al mar/ donde el poeta Horacio arrojara sus versos/ sobre las aguas”. 

ENRIQUE
 VILLAGRASA