Por: Carlos Alcorta
Crédito de la foto: Izq. www.hesselby.com
Der. Ed. Vaso Roto
Vivo en Suecia. Antología poética (2015),
de Sonja Åkesson
Si mis datos no son incorrectos, más allá de alguna insólita aparición en revistas poéticas de escasa difusión y de las escasas antologías de poesía sueca que se han vertido a nuestro idioma, Vivo en Suecia es la primera oportunidad que el lector español tiene de leer en profundidad a una autora de la talla de Sonja Åkesson, quien, en palabras de su traductor Francisco J. Uriz, «es la poetisa de la década de 1960 en Suecia y la pionera de la incorporación a la poesía de las cotidianas experiencias personales». Dejando al margen las sucintas notas de carácter biográfico que el prólogo aporta, sucintas pero necesarias para contextualizar a Åkesson dentro de un panorama poético como el sueco —a pesar de los esfuerzos de Uriz y algún otro traductor, como Emilio Quintana— casi por completo desconocido salvo para un número limitado de especialistas, no deja de llamarnos la atención los paralelismos que se pueden trazar entre su poética y la que ha predominado en nuestro país dos décadas después. Francisco J. Uriz encabeza el prólogo con estas líneas: «El movimiento literario “nyenkelhet” [la nueva sencillez] surgió en Suecia a principios de la década de 1960. Fue una reacción de ruptura con la generación precedente, con el idioma complicado y lleno de afectación y de simbolismos inextricables a que se había reducido el modernismo». Algo similar, salvando las distancias tanto temporales como estéticas, podríamos decir sobre la reacción a los excesos de la poesía novísima que supuso la llamada poesía de la experiencia, pero este es asunto que demanda un análisis más detallado que el de este comentario y conviene posponerlo para ocasión más apropiada.
Otra de las correspondencias, esta también de carácter biográfico, que nos atrevemos a realizar se refiere a su azarosa vida sentimental y a su tensa relación con el alcohol. Casi contemporánea de Elizabeth Bishop, sus respectivas trayectorias presentan inequívocos paralelismos. El cambio frecuente de pareja, las frecuentes infidelidades, los conflictos emocionales y el desgarro existencial que conduce a un alcoholismo subyacente incluso en los periodos de desintoxicación y sosiego nos permiten establecer esas conexiones que se perciben además en sus poéticas, ambas cercanas al testimonialismo que encarnó Robert Lowell y que tuvo practicantes de la talla de Sylvia Plath o Anne Sexton, estas sí, absolutamente contemporáneas de nuestra autora. De otro contemporáneo con similares conflictos, John Cheever, son estas palabras extraídas de su diario que resumen, a nuestro parecer, dichas actitudes: «Al mirar a mi alrededor, me parece encontrar una cantidad insólita de infelicidad y ebriedad. No tenemos indigencia, frío, hambre, soledad ni ninguna de las desdichas habituales. ¿por qué tantos de nosotros nos esforzamos por olvidar nuestra dicha? ¿Es la tendencia a la culpa y la venganza inseparable de la vida humana?» (trad. Daniel Zadunaisky).
Vivo en Suecia toma el título de uno de los libros de madurez de Sonja Åkesson, publicado en 1966. Antes habían aparecido Situaciones, su primer libro, en 1957, Veranda de cristal (1959) Vivir la vida (1961), Paz hogareña (1963), «el libro que la lanzó a la fama» y Fuera brilla el sol (1965). Posteriores a Vivo en Suecia son Pris (1968), Dulces años 60 (1970), El corazón martillea, los pulmones se derriten (1972), La historia de Siv (1974) y su último poemario, El ojo del caballo, publicado póstumamente pocos meses después de su fallecimiento, acaecido en 1977. De todos ellos se han seleccionado poemas, por lo tanto la presente antología muestra las diferentes etapas creativas de nuestra poeta, etapas que no poseen, sin embargo, muchas fluctuaciones porque el tono testimonial predomina en todos ellos, matizado en algunos casos por cierta irracionalidad que contribuye a marcar distancias con ese yo en continua ebullición y en lucha constante con los estereotipos sociales de su época. Como escribe Uriz, «Metió realidad y miseria en los elegantes salones de la poesía». En sus primeros libros el realismo descarnado que le supuso el reconocimiento como una de las voces más sólidas de la poesía sueca —a la par que la convirtió en un icono del pujante feminismo de la época— no es tan notorio, de hecho, un poema como «Autorretrato» tiene una carga simbólica, insinuante importantísima que una lectura sujeta a la verosimilitud del instante no conseguirá desvelar. En otros, además, las metáforas son fundamentales: «la frágil diadema de la escarcha», «el cristalino deshielo de las manzanas», la copa de un roble que «se extiende como la falda dominical de una matrona del siglo pasado sobre la joven hierba» o un elefante que tiene los «pies colosales como un mueble barroco». No escasean además poemas que toman la forma de parábola como «Voluntariamente» o «Preocupaciones». Moscas, arañas, caracolas son los protagonistas que inducen a sacar conclusiones, a deducir los efectos de una moraleja moralizante.
De Husfrid (‘Paz hogareña’, 1963), su cuarto libro, es el poema titulado «La cuestión matrimonial», un alegato contra el sometimiento a los dictados del hombre que sufre la mujer al contraer matrimonio, un poema que se ha convertido en una suerte de proclama que han hecho suya los grupos feministas y que repite un verso a modo de mantra: «Ser esclava de Hombre Blanco». El poema está dividido en dos partes y aporta la visión de la esposa y la del esposo, menos quejumbrosa la de éste, aunque más evasiva: «Es que has recibido una educación anticuada», se dice a sí mismo para justificarse, para mitigar el deseo de abandonar a su familia. Con todo, quizá donde se evidencia de manera más rotunda la sencillez discursiva sea a partir de poemas como «Autobiografía». La vida doméstica es descrita con minuciosidad. «Vivo una vida tranquila/ en Drottninggatan 83 A por el día», con incursiones permanentes en el pasado, un pasado conflictivo desde la temprana adolescencia, y a los acontecimientos que han marcado su vida, unos de carácter personal y otros históricos. Ideología y moral se funden en estos versos que poseen una vena ácida y autocrítica: «He visto niños silenciosos/ en multitudes hambrientas/ arrellanada en una butaca de cine. / Los he visto./ Soy madre./ Estaba allí./ Pero no sufrí/ lo suficiente».
Fuera brilla el sol (1965) contiene uno de los poemas más inquietantes y hermosos de la antología, el extenso y ambicioso «¿Qué aspecto tiene tu color rojo?», un examen de conciencia cruel, directo, sin vendajes expresivos. Amor, sufrimiento, familia, sociedad son los ejes sobre los que gravitan los versos: «Yo no sé nada del “amor”» escribe, «”Sufrimiento”…/ eso sí que lo conozco bien/ mi sufrimiento, el de quien si no/ y sólo a veces.» Vivo en Suecia es sin duda el libro que contiene mayor carga social, aunque no renuncie a examinar la propia intimidad, como en el poema «En nuestra casa»: «Hurgamos desagradablemente el uno en el otro./ nos masticamos mutuamente» escribe sin inhibiciones. La relación con el otro, con el hombre como generalidad, personificado en sus distintas parejas y las desigualdades que una sociedad injusta impone son tratados de una forma u otra en la mayoría de sus poemas, unas veces con un tono cercano a lo conversacional, otras con un tono imprecatorio, reivindicativo. En un poema como «Claro que me acuerdo» hace un repaso a su vida matrimonial, desde el noviazgo hasta el divorcio, con la sucesión de altercados y reproches basándose en aliteraciones: «Sí, claro./ Sí, claro que acuerdo».
Precio (1968) es un cruel retrato de la situación de la mujer en la sociedad de la época (algo está cambiando, afortunadamente), de los prejuicios que la rodean, de la conducta y los modos de reglados de comportamiento femenino, basados en arquetipos que instituye y difunde una publicidad supeditada a los deseos del hombre. «El hombre el fuerte/ la débil la mujer» escribe en un poema.
Uno de los poemas más estremecedores de la antología es «Salario», incluido en el último libro de Sonja Åkesson, el póstumo El ojo del caballo, una disección sobre el maltrato a la mujer sin sentimentalismo, con la crudeza propia de un acto tan repugnante: «Joder, ya no es momento de andar con paños calientes./¡ Mano dura!». No encuentro mejor forma de acabar este comentario sobre el fascinante descubrimiento que ha significado para mí esta grandísima poeta. Leyéndola podemos acallar las voces de aquellos que cuestionan la utilidad de la poesía. Si un poema es capaz de emocionarnos como lo hacen de los Åkesson y logra revolver la conciencia de quien lo lee, estará más que justificada su escritura. Un lector no es una colectividad, pero forma parte de ella. Para que el todo cambie deben primero cambiar cada una de sus partes. Ese es el comienzo.